sábado, 3 de octubre de 2020

De cómo la Guardia Civil llenaba la despensa

Hubo un tiempo en el que había personas que echaban un donativo en la ermita de las Ánimas de Benínar pidiendo no para las almas del purgatorio sino para no encontrarse con la Guardia Civil por el camino.

Los años de posguerra fueron difíciles, había miedo, mucho miedo y escasez de todo lo esencial. Había racionamiento, todo el mundo tenía una cartilla y una vez al mes se repartían los alimentos. Pepe “el de Julia” era el encargado de llevarlos en su camión a Benínar. Un mes no hubo comida que transportar y la gente preguntaba al alcalde, Faustino, que dónde estaban los alimentos. Alguien los había robado y vendido de estraperlo en Adra. El miedo hizo callar las bocas hambrientas de los benineros dejándose robar por unos sinvergüenzas.

Había gente que se ganaba la vida con el estraperlo, comprando, transportando y vendiendo productos intervenidos por el Estado, sin pagar tasas. Esta gente conocía los caminos a la perfección para evitar las patrullas de la Guardia Civil. Famosos fueron en el pueblo María “la Hirmera” o Pedro Moreno.

Por la noche se salía del pueblo en dirección a Laujar, se compraban un par de sacos de patatas y se regresaba al amparo de la Luna. Muchas eran las viudas que le echaban una peseta a las ánimas para no encontrarse con la Guardia Civil ya que les requisaban los productos. No sólo los requisaban también era frecuente su paso por los molinos y almazaras exigiendo que se les llevara al cuartel de Turón dos sacos de harina o una arroba de aceite por hacer “la vista gorda”. Como he dicho antes, eran tiempos de mucho miedo y gran necesidad.

El aceite era un bien esencial en las casas, servía para cocinar, conservar alimentos, como combustible de candiles, hacer jabón y se vendía muy bien, ganando unas pesetas que eran esenciales en la economía familiar.

Hubo un año en el que la cosecha de aceite en el pueblo fue escasa, en las casas no había suficiente para el consumo anual. Ese año no cuajó bien la aceituna. Se oyó decir que se vendía aceite en Murtas y varios hombres del pueblo se juntaron haciendo una cuadrilla para ir y comprar.

Era una noche de Luna llena, uno a uno fueron saliendo del pueblo, en los mulos y burros llevaban pellejos vacíos, eran mejores que las garrafas porque la piel era elástica y no se rompía por el movimiento de los animales o caída accidental. El lugar de reunión era la desembocadura de la Rambla de Turón, de ahí comenzaron el ascenso a Murtas. Al llegar al pueblo compraron el aceite y a la puesta del Sol emprendieron el camino de regreso amparados por la oscuridad.

A la altura del dique de la Rambla de Turón había un tajo donde aguardaba una pareja de la Guardia Civil, alguien había dado el chivatazo y estaban esperándolos.

 

Ilustración realizada por Pablo Doucet Sánchez

Al paso de la caravana salieron de su escondite los guardias fusil en mano y gritando ¡Alto a la Guardia Civil! A los hombres se les heló la sangre, los animales se asustaron y el mulo de Antonio Sánchez Fernández se escapó, corriendo llegó a lo alto del Barranco del Meloncillo.

¿Qué llevan ustedes ahí? Gritaron los civiles.

“Miren ustedes, venimos de Murtas, hemos comprado aceite ya que la cosecha en Benínar ha sido escasa y no tenemos lo suficiente para las casas…”

“¡Venga, todos al cuartel de Turón, están detenidos!”.

Al llegar al cuartel les ordenan descargar el aceite y meterlo en una habitación, después los registraron. A Juan “el de Bernardo” le quitaron una navajilla que tenía para poder cortar los alimentos ya que carecía de dientes. Los encerraron en una habitación pasando las horas en silencio, el miedo podía más que las palabras.

Uno de los detenidos pidió ir a vaciar la vejiga, al salir pasó por la puerta de la habitación donde habían dejado el aceite observando que había menos pellejos de los descargados, hecho que comunicó a sus compañeros apenas regresó.

El sargento del puesto hizo su aparición horas después, con enfadado y tono amenazante se lamentaba que aquellos benineros le iban a buscar la ruina, “en menudo follón me han metido…si yo los conozco a ustedes y sé que son hombres honrados…y si doy parte de esto ustedes van a la cárcel…”. Bajó el volumen de sus amenazas y les propuso “ustedes pueden dejar el aceite aquí, porque si yo doy parte de esto van a la cárcel, si ustedes me prometen y dan su palabra de no decir nada de lo que ha ocurrido, yo les dejo ir a sus casas”.

Como os podéis imaginar, horas después entraron en el pueblo sobre sus cabalgaduras, sin aceite y sin dinero. Como he dicho antes, en los años de posguerra había miedo, mucho miedo.

Esta historia es un capítulo del libro "Historias de Benínar".