viernes, 16 de marzo de 2018

El trono de Facundo

Merece la pena dedicar un poco de nuestro tiempo para recordar historias o anécdotas que palien la epidemia de Alzheirmer que azota a nuestros paisanos. Recordar es bueno, se ejercita la memoria y dejamos constancia para que futuras generaciones conozcan cómo fue la vida en ese pueblo tan querido que fue Benínar. Desde aquí os animo a recordar y si alguien desea hacerlo siempre estoy dispuesto a escuchar y a escribir lo que queráis contar.
Hoy el artículo versa sobre la casa Facundo Sánchez Quero. Lugar en el que mi familia veraneó durante cuatro años, el primero en 1971 y del que conservo algunos recuerdos a pesar de tener en esa época cuatro años.

Facundo Sánchez Quero

Todos conocemos a Facundo, algunos lo tratasteis, los demás de oídas. Hablo del que fue secretario del ayuntamiento de Benínar durante muchos años, quizás más de los que él querría. El 15 de marzo de 1903 es nombrado de forma interina, idas y venidas en el cargo tuvo según el alcalde de turno hasta que después de la Guerra Civil marchó a ocupar la plaza de secretario del ayuntamiento de Huetor Vega (Granada). Tuvo tres hijas (Loreto, Eugenia y Francisca) y un hijo (Facundo que casó con Lola Sánchez)... (Quien quiera saber más sobre su vida puede consultar la biografía en la revista Farua, número 15 del año 2012).

La casa quiso ser señorial, situada en lugar estratégico, al lado de la carretera, a la entrada del pueblo y por encima de las demás. Dos grandes palmeras la custodiaban y unos peldaños la elevaban de la calle, todavía es referente en cualquier foto de Benínar.
Al morir su dueño la dividió en dos partes, la planta de abajo la heredó Francisca y la de arriba para el hijo Facundo.
Al entrar en el recinto, había que subir unos escalones que daban acceso al rellano, allí te encontrabas dos puertas a ambos lados y una escalera al frente que subía a la planta de arriba. Por la puerta de la izquierda se entraba al salón, un par de habitaciones y la cocina al fondo. Recuerdo que había una habitación a la derecha de la cocina con grandes bidones para guardar el aceite que se utilizó en aquella casa. La puerta de la derecha daba acceso a varias habitaciones, una de ellas dedicada a dormitorio, las otras no les dábamos uso.

Juan Román y Ángeles eran los medianeros de Facundo, sucedieron en este trabajo a Pepe Román e Isabel Vitoria. La casa del portalillo era la de los medianeros, le tocó en herencia a la hija Eugenia, Ángeles y Juan tuvieron que comprarla para poder seguir viviendo en ella.
A comienzos de la década de los 70 mis padres la alquilaron, al principio para pasar el mes de agosto por el que pagó 500 pesetas y al final todo el año por 6000. Durante cuatro años pasamos ahí nuestras vacaciones. Aún recuerdo el cuadro con la imponente imagen de José, el hermano arcediano de la catedral de Granada que presidia el salón (aquel al que las beatas esperaban su llegada con sumo fervor para hacer cola delante del confesionario y expiar los pecados que aquellas bocas cometían), del sillón de madera tallada con asiento de cuero, de la hermosa mesa del salón y del tresillo, lujos que no eran habituales en la mayoría de las casas.


José Sánchez Quero

Al día siguiente de estar ahí mis intestinos pedían a gritos la evacuación de su contenido. Mi padre me dijo que lo acompañara, por unas escalerillas descendimos hasta debajo de la entrada, accedimos a un recinto que estaba lleno de telarañas, de innumerables y olvidados aperos de labranza. Por allí pasaba la acequia Real o de la Vega, en mi imaginación salían monstruos por todas partes. El primer sentimiento que tuve fue de miedo, después algo que vi despertó mi curiosidad. Al fondo, a la derecha un haz de luz ascendía del suelo y se reflejaba en el techo de cañas, ondas luminosas lo recorrían en un círculo perfecto con un movimiento hipnótico. Era como un faro que indicaba la situación del retrete.

Hecho de obra y con una tabla de madera de roble, con un agujero en el centro que protegía al real trasero del helor del cemento y que estaba situado estratégicamente encima de la acequia. Era el trono de Facundo.
Aquel lugar era ingenioso, limpio, incluso te podías lavar las posaderas, si había buen caudal, mientras la corriente alejaba como barquitos los restos digeridos del banquete anterior. ¡Y luego dicen los japoneses que han inventado un retrete con chorrito de agua que te lava las posaderas, eso ya lo inventamos los benineros hace 100 años!
Ahora me pregunto ¿Cuántos pensamientos, comentarios y apretones se habrían susurrado en aquel lugar? ¿Se rigió el destino de Benínar en aquel trono?


Las palmeras identifican el lugar donde estaba la casa


Aquella casa guardaba un secreto muy singular, al estallar la Guerra Civil Facundo tuvo que salir por piernas del pueblo, como miembro de Falange su vida peligraba. El día antes de marchar en su despacho hizo un agujero en la pared, guardó joyas y una bolsa de monedas de plata, con yeso la tapió y blanqueó. Pocos días después la casa fue ocupada por el “comité”, tuvieron un tesoro delante de sus narices durante tres años sin darse cuenta. Al regresar recuperó sus pertenencias y allí quedó la oquedad como testigo mudo del hecho. Esta historia se la contó Juan Román a mi padre hace 47 años.

Saludos.