lunes, 25 de marzo de 2013

Leche frita





Postre típico de Semana Santa que presenta múltiples variaciones. Os presento mi receta.







Ingredientes:

1 litro de leche
100 gramos de harina
100 gramos de Maizena
250 gramos de azúcar
2 huevosCanela en rama y en polvo.
1 limón



Vamos a mezclar los ingredientes por separado.

En medio litro de leche fría añadimos la Maizena y removemos poco a poco hasta que no queden grumos.
Por otro lado, en la otra mitad de la leche añadimos el azúcar, canela (una rama) y la piel del limón. Los ponemos en un cazo y calentaremos hasta que comience a hervir, retiramos, quitamos la canela en rama y piel del limón.

Lo mezclamos todo y vamos removiendo poco a poco a fuego lento hasta que espese bien.

Ahora untamos con un poco de aceite de girasol el molde (que debe ser cuadrado o rectangular) y vertimos la masa en él, lo guardamos en el frigorífico varias horas para que endurezca.

Cuando esté bien frío lo vamos a cortar en cuadraditos, los pasamos por huevo batido y harina de repostería y los freímos hasta que estén dorados.

Una vez fritos, los rebozamos con una mezcla de canela y azúcar. Ya tenemos la leche frita preparada.

En Benínar se hacía con leche de cabra y le daba ese sabor tan característico.

¡Buen provecho!
 

miércoles, 13 de marzo de 2013

... y el cometa Halley llegó a a Benínar 2ª parte

...y Torrijos debía morir.
 
 
Francisco Torrijos no era un cura cualquiera, fue el que nos bautizó, confesó, comulgó y casó, aquel que llevaba siempre consigo nuestros pecados, el poseedor de nuestros secretos más íntimos, el que con su mano derecha nos bendijo y con la izquierda nos dio la extrema unción. 
 
 
 





Nació en Ugíjar sobre 1545, de la fecha exacta no me acuerdo. Su padre era Hamed, el comerciante, todos los veranos nos visitaba para comprarnos la seda que nuestras mujeres tejían. La madre, era una infiel. Todavía recuerdo el revuelo que causó aquella boda, ¡¡un morisco y una cristiana!! Hamed quería codearse con la sociedad cristiana y la familia de la mujer su dinero, cada uno ambicionaba lo que el otro tenía, un matrimonio de conveniencia... normal en esta Alpujarra.
El niño siempre acompañaba al padre, así le enseño el arte de la usura y regateo desde su más tierna infancia. Juntos, entraban al pueblo por el Cajorrillo y al llegar a la plaza desmontaba y salía corriendo en dirección a mi casa ya que gustaba jugar al ajedrez conmigo. Mientras su padre trataba el precio de la seda yo le enseñaba las primeras nociones del juego. Siempre terminaba la partida con una sonrisa hierática y la expresión “la próxima vez os ganaré, querido maestro”.
Francisco ingresó en el seminario de Granada con catorce años, allí aprendió la nueva religión, el latín, el griego, la oración y meditación… pero sobre todo ese amor que sienten los curas por el dinero.
Cantó su primera misa en Darrícal, al día siguiente en Benínar. Aquel día el pueblo abarrotaba la iglesia y henchía de orgullo por los cuatro costados. Todos conocíamos a ese joven vestido con casulla, todos creímos en él. Cada domingo desde el púlpito, de forma sutil y sosegada, sembraba la semilla de la rebelión, hablaba de tiempos gloriosos perdidos en la memoria, de sueños que con el tiempo se tiñeron de sangre y sufrimiento. Su juego era doble, arengar a las masas por un lado y por el otro servir a sus amos cristianos, la Alpujarra era su tablero de ajedrez y nosotros sus peones, le había enseñado bien.
 






En la Nochebuena de 1568 los moriscos de esta Alpujarra nos levantamos en armas, al grito de اللهُ أكبرُ (Alá es el más grande) pasamos a cuchillo a todos los cristianos que cogimos, hombres, mujeres, niños, nos dio igual la edad o sexo, ciegos de odio violamos, robamos y asesinamos, nos bañamos en una orgía de sangre, de sangre cristiana.

Primero fuimos a Turón a detener a los cristianos que allí vivían, al llegar vimos que habían huido, más tarde nos enteramos que habían sido nuestros vecinos quienes temiendo lo peor los llevaron escoltados hasta la ciudad amurallada de Adra. Nuestra desilusión con cada paso se iba convirtiendo en rabia, corrimos a Berja y allí sí, allí sí habían cogido a los cristianos…

No me siento con fuerzas para escribir lo que viví, lo que hice, que sea Alá y mi conciencia quienes me juzguen y perdonen, si hay perdón.  






La nariz de Aadil tocó el libro, su vista ya no es lo que era, poco a poco sus palabras ocupaban los espacios vacios de las páginas, chorros de tinta fluían de la vieja pluma empapando las hojas con las letras que conformaban su historia. Estaba amaneciendo, la claridad poco a poco inundaba la habitación perfilando las sombras de los muebles en el suelo pareciendo que caminaran.
En la plaza Juan Vitoria estaba limpiando y aparejando su burra, lo hacía todos los años el día de antes de las fiestas. Juan es un buen hombre, honrado y trabajador, su palabra siempre la sella con un apretón de manos, no hace falta más. Es analfabeto y muy religioso (como todos estos cristianos), gusta siempre ser el primero en la comunión enseñándole al señor cura esa boca decorada de negros dientes, actitud respondida por la sonrisa idiota que provoca el hedor que sale de aquella cavidad.


Hoy sacaremos en procesión a San Roque. Hace unos años nos protegió de la peste apareciéndose en un cerro a las afueras del pueblo, desde entonces lleva su nombre. En Benínar nadie enfermó, en Darrícal, Lucainena, Turón y Berja murieron muchos, claro es que ellos no tienen un santo como el nuestro.

Lo pasearemos por el pueblo y le pediremos por la lluvia, que nos libre de las enfermedades, por la cosecha, para que no salga el río… Su fama ha atravesado la Alpujarra, vienen gentes de muy lejos a rezarle y tocarle los pies porque es milagroso.

Todo está dispuesto, esta noche iré al cortijo del Canónigo, asesinaré a Torrijos mientras duerme, me llevaré su oro y plata y huiré a Berbería llevándome a San Roque…
 
Continuará.
 
Francisco Félix Maldonado Calvache.