domingo, 31 de julio de 2022

Memorias de Benínar. Entrevista a Francisco Ramón Maldonado Ruiz

En este nuevo capítulo de Memorias de Benínar entrevisto a Paco Ramón Maldonado Ruiz, al que todos conocemos como Paco “el de Doloricas”.

Hoy nos abre sus recuerdos para compartirlos y rellenar ese vacío infinito en la memoria que nos dejó la desaparición de Benínar. Las palabras se las lleva el viento, la memoria del individuo desaparece con su muerte, sin embargo la escritura pervive y dentro de un par de generaciones, cuando no queden vivos que hubieran paseado por las calles de Benínar, sólo lo escrito podrá explicar que allí, debajo se esas aguas vivió un pueblo, con sus luces y sombras, defectos y virtudes, con una historia en consonancia a su grandeza.


Paco con su mujer e hija en el Reino Unido


Con una maleta de cartón llena de libros Paco dejó su hogar para forjase un futuro lejos del arado. En Almería estuvo residiendo en casa de mis abuelos. Fue Juan “el Ebanista” el que le enseñó a usar la navaja para afeitarse, el que hizo de figura paterna en aquella época. Después esa maleta le llevó a Barcelona… acabando finalmente en Algeciras ejerciendo de profesor.

Fue en Granada, con motivo del nacimiento de la asociación Plaza de Benínar cuando nuestros destinos se cruzaron y esa amistad perdura en el tiempo. Con sus escritos en el blog El Pabilos ha dado desahogo a sus recuerdos y los hemos podido disfrutar tal como él los vivió.

La distancia que nos separa no ha sido impedimento para entrevistarlo, las nuevas tecnologías han hecho este trabajo que aquí os presento.


Abuela materna. Antonia Sánchez Sánchez "la Rubia"


Paco, ¿Qué puedes contarme de tus padres y abuelos?

Mi madre, Dolores, fue de las pocas benineras que pudo salir del pueblo para estudiar Magisterio a Almería. Conoció a unos cuantos amigos. No pudo terminar la carrera ya que se murió su madre y regresó al pueblo. Poco después se casó con mi padre y al quedar embarazada decidió que tenía que parir en la capital. Se fue a vivir a casa de una amiga que vivía en Pescadería (la calle que está por encima de la plaza y que yo visité unas cuantas veces). Allí nací. Cuando se enteró mi padre que tenía un hijo pidió prestada una bicicleta y se desplazó desde Benínar a Almería en tal medio.

No sé si vivió mi madre en Pescadería el tiempo del embarazo, ni cuánto tiempo después de parir, ni en que medio se desplazó mi madre para llegar a la capital... La de cosas que no me contó ni yo le pregunté. Ahora el recuerdo me llena de nostalgia.

Me contaba mi padre que era un alumno destacado en la escuela y que en una ocasión fue el maestro y el cura a la casa de mis abuelos, realizándole a mi abuelo Ramón la siguiente propuesta:

“Su hijo Paco es uno de los alumnos que sobresalen y por ello hemos decidido los dos preparar a tu hijo para se vaya a estudiar a la universidad. Usted aporta lo que pueda que el resto lo ponemos nosotros”.

“No puede ser – le contesta mi abuelo Ramón después de pensar un rato – Tengo cinco hijos y que los cinco estudien una carrera es imposible, por ello, o todos o ninguno”.

No sé qué pensarían las autoridades del pueblo de aquella contestación, lo que ocurrió para el siguiente curso, es que Paco no fue a la escuela. Se levantaba todos los días al amanecer y se marchaba a cuidar unos chotos destetados que tenía mi abuelo Ramón en un corral que había construido en una cueva en el Cejor. De trabajar en el campo y guardar cabras, cuando cumplió apenas los veinte años se lo llevaron a la guerra y cuando terminó, tuvo que estar tres años más haciendo la mili, que le tocó en los territorios que en aquel tiempo tenía España en Marruecos.  

Mis abuelos paternos fueron Mamanona y Ramón, los recuerdo perfectamente y sobre todo a mi abuela que ya casado fuimos a visitarla.

Los maternos fueron Doloricas (Madolores) y Faustino (Papanino). De mi abuelo recuerdo recorrer el puente de su mano para ir a ver a mis padres que estaban cogiendo aceituna en La Mecila.

Había gente en el pueblo que me llamaba Gasparico, no entiendo ni conozco al tal Gaspar o si dicha persona pertenecía a la familia de mi madre o de mi padre. Sé que uno de mis bisabuelos se llamaba Carlos.

Mi hermano se llama Faustino.


 ¿Los mejores recuerdos de la infancia?

Tengo muchos y no sabría cómo calificarlos ni ordenarlos. El rio, la vega, las sombras, el viento, los animales, las amistades...  


Paco con Juan Gutiérrez. Colección Juan Gutiérrez Ruiz


¿Qué recuerdos tienes del colegio?

Mi maestro fue Don Salvador. Tuve también una maestra de Hirmes, amiga de mi madre, que me preparó para irme a estudiar a un colegio que había en la Plaza de la Catedral de Almería. Mi burra me acompañaba, con ocho años, de Benínar a Hirmes y algunas veces nos quedábamos a dormir en casa de “Los Rubios”.

Don Salvador era una persona muy cercana. Recuerdo acercarme a él mucho más que a cualquiera de mis familiares.

Lo recuerdo viendo la televisión en el bar de Joaquín, recién instalada la televisión en Benínar, el bar lleno de gente y en un momento levantarse y gritar ¡blancas!, ¡son blancas!

Blancas eran las bragas de la bailarina que salía en la televisión. La ropa íntima de una mujer se estaba viendo en público. Aquello estaba fuera del contexto social de aquel pueblo alpujarreño.

 

¿Tus juegos de infancia?

Se jugaba a las caras en el Reducto, a la pelota vasca en la pared de la iglesia, tirar piedras con una honda o tirachinas, hacer bancales en la arena de la Ramblilla o en el rio, buscar nidos, poner cepos, tirarse en una “resbaleta” en cuclillas sobre un pie llevando una chumba para que facilitase el deslizamiento, coger insectos…

La de juegos que nos montábamos con una cañavera (simular ir subido en un caballo, un arco para tirar flechas, coger frutas fuera del alcance, tirar huesos de aceitunas con jopos, ponerla de techo en la construcción de una casa...).

Creo que el primer balón que llega a Benínar me lo traen los Reyes Magos a mí. No recuerdo el tiempo que me duró. La primera muñeca que llega al pueblo fue como premio al vender un determinado número de paquetes de pipas. Dicha muñeca la recuerdo estar encima del aparador del piso donde vivían en La Gangosa mis padres.


Calle Real de Benínar. Colección Archivo de la Diputación de Almería


¿Dónde vivías en Benínar?

En la calle Real.  Para situarnos, en la parte norte de la casa estaba la Molineta, en la de arriba había un huerto de naranjos que había heredado mi tía Loreto de mi abuelo Papanino y en la parte de abajo vivía Guadalupe (que tenía de mote “la Cigarrera”).

Frente a mi casa vivía Angélicas “la Ciega”.

También coincidieron en una ocasión el secretario del ayuntamiento cuando yo fui niño que tenía unas crías con quienes jugaba, pero poco tiempo después tuve la suerte que llegasen Andrés “Perejil”, su mujer Isabel y sus hijos Andrés y Antonio, el pequeño. Siempre estábamos juntos Antonio y yo a pesar de la diferencia de años. Ahora cuando nos vemos nos abrazamos y volvemos a aquella Benínar llena de misterio y cosas por descubrir.   

Mi casa estaba a un paso que se llamaba “Las cuatro esquinas” donde coincidían las calles: Real, Ancha y la que iba a la Iglesia.

Mi casa tenía una de las mejores distribuciones que había en el pueblo.

En la entrada había dos puertas, una daba al dormitorio de mis padres y en la otra a la habitación donde murió mi abuelo Papanino, donde después se puso la tienda.

Dos pasos más y entrabas al comedor que tenía una puerta que daba a un dormitorio y otra a la cocina. De allí partían unas escaleras para llegar a la primera planta.

El comedor también tenía otra puerta para acceder al patio y de éste al huerto y la balsilla.

En el pueblo sólo había cuatro balsillas que se llenaba de agua en el invierno, así teníamos agua para todo el año. En aquella balsilla había una pila donde lavaba mi madre y sus amigas.

A un lado de aquel patio estaban donde se criaban los cerdos y al otro extremo un corral donde dormía mi burra que llamaba la “Tía Trina”. También había un borrego, una cabra y los conejos.

Entrando al huerto a la derecha estaba el corral de las gallinas.

En la parte de arriba se encontraban tres estancias, una donde dormíamos mi hermano y yo, otra donde estaban las tinajas con el aceite, llena de cañas donde se colgaban las granadas, los racimos de uva y todos los embutidos de la matanza. La otra habitación era donde estaban los aperos del campo que tenía una puertecita por donde se podía acceder al corral de la burra con unas escaleras endiabladas. A todo lo largo de esta última habitación estaba el pajar.

Me contaron que pude haber nacido prematuro si mi madre no hubiese estado acompañada de alguien con gran templanza y sangre fría. Un día mi madre estaba lavando y apareció una gran culebra a sus espaldas, quien la acompañaba la cogió por el hombro y la convenció para que abandonase en aquellos momentos el lugar. Ella no vio la culebra.

En aquel patio de la casa llegaba todos los años un comercial de Berja que dejaba muchos toneles y sacos de sal. Durante muchos años mis padres eran los que compraban las alcaparras y preparaban la salmuera y a final de temporada se llevaban los toneles llenos de alcaparras en salmuera.

La de historias y sueños por realizar que quedaron en aquel patio al llegar su sueño que podía cumplirse con aquellas alcaparras.


Paco en los Moros y Cristianos

Colección Sánchez-Ruiz Martín-Utrera.


Las fiestas, los Moros y Cristianos.

Cuando alcancé la edad y tuve voz, me dieron el papel de rey cristiano, papel antes representado por mi abuelo Ramón y mi padre.

Recuerdo que todos los años acudía “Quico” (Aurelio Maldonado Sánchez) con la banda de música a mi casa para recogerme, nada más salir vestido de rey, en la puerta la banda tocaba el himno de España, mientras Antonio, mi vecino, me había preparado el mulo para que yo me subiese y llegase a la plaza para empezar la representación.

Cómo no recordar a mi director de escena, a Paco Ruiz.

La representación eran momentos de gran tensión, pero una vez terminados los Moros y Cristianos llegaba a la plaza y disfrutaba a tope. Creo que fui uno de los primeros benineros que bailó suelto un pasodoble, influenciado por los ritmos nuevos que nos enseñaba la televisión. Las maestras del ritmo (en especial “la Corcusa”), la mazurca, el tango, el blas…, los bailes antiguos que aprendieron fuera (¿Dónde los aprendieron y quien la enseñó?) y yo tuve el honor que me lo enseñasen.

Aquellos tres días, eran días para disfrutar de las amistades sentado en un kiosco tomando un helado de avellana (sobre todo los que preparaba Antonio “el Sordo”) y por la noche bailar y bailar hasta el amanecer.

Cómo olvidar la banda de música de Ugíjar.

Cómo olvidar los gigantes y cabezudos y los globos con un algodón empapado en alcohol que soltaba Paco Ruiz que se elevaban y elevaban hasta que desaparecían.

Y el día de “la Zorra”, que era cuando acudía casi medio pueblo de Turón.

Cómo se comentaba cuando un zorrillo entraba en una casa de la plaza.

Cómo sonaban aquellos cohetes que a la mayoría de los animales domésticos les obligaba a esconderse. Cómo olvidar cuando le explotó un cohete en la mano a Faustino el de “la Vegueta” que tenía que mostrar las heridas a cada beninero que le preguntaba.

La de parejas que aprovechaban ese día de la Zorra para llevarse a la novia, sobre todo los de Turón.

Tampoco llegué a comprender las razones que argumentó el cura don Antonio para suspender las dos procesiones del día de San Roque y del día de la Zorra porque una pareja se había pasado en apretones y otras cosas, (como se comentaron) en mitad de la plaza.

Tampoco comprendía a aquellos hombres (que no entendían que bailásemos, disfrutásemos con cada pieza de música) que todas las fiestas se lo pasaban apoyados en la barandilla de la estatua de don Eugenio tomando notas visuales para después criticar el comportamiento de unos y otras.

Termino este recuerdo con el ir casi toda la gente joven a Almería capital para comprarse lo que en las fiestas estrenarían como vestimenta especial. No había problemas para lo que importase aquella ropa, la costeaban las alcaparras. 


Fotografía de Helio Quesada


La emigración

De mi generación para adelante el tema de la emigración se contempla de otra forma.

Los padres que podían costear los estudios a sus hijos los mandaban a la Escuela de Formación para que aprendiesen un oficio y aquellos que no tenía recursos se marchaban al Seminario para no terminar de cura, pero si con una carrera.

Recuerdo que en un verano gracias a la intervención del hijo del “Ebanista” pude estar unos días en el campamento que la Falange tenía en Aguadulce (Campamento Juan de Austria), allí había una persona que intentaba convencernos para que estudiásemos aquello en lo que se tenía vocación. En aquellos días me convencí que yo estudiaría la carrera de Medicina. En mi familia me rompieron la vocación y dijeron que tener una especialidad para incorporarme a la industria era lo mejor que podía hacer.

Todo estaba decidido para mi generación y las posteriores, llegase o no llegase la construcción del pantano, o se iban al Seminario o a la Escuela de Formación y el resto, a la Guardia Civil. Por supuesto, en Benínar no había cuartel3 ni empresas para que trabajasen ajustadores matriceros, electricistas… ni hospitales para médicos.

Una persona mayor que vivía a la entrada del pueblo repetía continuamente: “¡Desertores del arado! Ese es vuestro futuro”, les decía a los jóvenes que se encontraba.

Pero si es que la riada del 1973 nos dio la razón a todos los jóvenes que ya habíamos decidido emigrar. ¡Más claro agua! “San Roque nos ha mandado la señal de que no estamos equivocados, que tenemos que emigrar”. Escuchaba a mi lado decir a los que me acompañaban cuando contemplaba el agua que llevaba el rio a las cuatro de la mañana, que se veía tan claro como en pleno día por los relámpagos. Tanto a los hombres como a las mujeres lo de emigrar lo tenían bastante más claro. Clarísimo.           

Hay temas que hoy se habla de ellos con normalidad sin tener que ocultar nada de nada y hay otros como es el tema de la emigración que en Benínar, hablar de ello, es como cuando al toro se le ponen las banderillas, que el animal se llena de coraje e intenta centrase en el capote que en esos momentos está en la plaza.

Conforme llegan los años y uno es cada vez más mayor en cierta medida, piensa y razona aquellos razonamientos de la mayoría de los benineros que se marcharon como emigrantes, muchos no volvieron nunca y otros volvieron casi obligados por tener aún algún familiar en el pueblo.

Como ya uno conoce tantas historias me atrevo a decir que sólo llegaron con los bolsillos llenos de dinero aquellos que se marcharon a hacer las Américas, porque del resto: ¿Qué fue de ellos? ¿Dónde viven? ¿Cómo viven? ¿En qué han destacado? ¿Les toco la lotería…?

 

Qué bares conociste y sus dueños.

El más destacado de todos, por supuesto, el que regentaba Antonio Campoy.

Puede que fuese la gota o la inmovilidad de la vejez, que en sus últimos días llegaban los clientes y él, sentado en una silla les decía que ellos mismos se sirviesen. Este bar, que tenía una buena cuadra y por ello fue también posada, era el único lugar del pueblo donde se decía que los arrieros también llevaban a mujeres prostitutas para que ejerciesen su trabajo en el pueblo, y sólo se servía vino de la Contraviesa (que llevaban en pellejos los Reinosos de Ugíjar), coñac y aguardiente.

Era donde se amarraban a una reja el mulo o el burro del agricultor que había llegado, había encontrado conversación y el animal podía estar más de un día amarrado en aquella reja que en su gran mayoría, el talante de aquel borracho era tan conocido que ni la mujer ni nadie de la familia se atrevía a soltar el animal y llevárselo a la cuadra de la casa.

Otro bar también importante por la época en que le tocó fue el bar de Joaquín y Rosario, que además de tener una de las primeras televisiones que llegaron a Benínar también en la primera planta se montó la primera discoteca que tuvo aquel pueblo alpujarreño.

Joaquín y Rosario eran especiales, nadie como ellos en el pueblo demostró tener la capacidad para desarrollar tal trabajo.

Bueno, a mí también me toco ser tabernero, pero en mi casa no había mostrador, pero sí que recuerdo en la pared unas cuantas rayas marcadas con una navaja que hicieron un grupo de jóvenes de Turón que llegaron una noche al pueblo. El tabernero era un adolescente y el que servía los vasos de vino no podía aclarar aquellas explicaciones que querían hacerle a los jóvenes benineros.

Hubo más bares, pero de ellos no me acuerdo.




¿Cuéntame cómo era el negocio familiar?

Fui tendero durante mi niñez, adolescencia y parte de la juventud, hasta que me marché a la universidad. Durante tres, cerca de cuatro años en los que mi madre estuvo enferma yo era el que llevaba la tienda. Trabajaba las veinticuatro horas porque, aunque estuviese cerrada la puerta se podía llamar al picaporte para que el tendero despertase y acudiese al otro lado del mostrador.

Aquella tienda empezó vendiendo los metros de tela que mi madre compraba en la calle Las Tiendas de Almería.

Fue aumentando en artículos en la misma medida que Clemencia iba dejando de vender. La tienda de Doloricas fue durante un tiempo la única que había en el pueblo, después apareció la de María Fernández, la de mi tía Antonia y la que cerró el ciclo fue la de Joaquín y Rosario.

El primer frigorífico que llegó al pueblo iba destinado a la tienda. En el congelador mi madre preparaba en una bandeja de aluminio con departamentos (que serían los polos) y que se le ponía un palillo de dientes. Es una de las cosas que recuerdan la mayoría de los que tienen mi edad, los polos que podían comprar a peseta.

Recuerdo que lo que más se vendía eran los arenques (que llegaban en unas tinas de madera), después dichos arenques con un papel de estraza se aplastaban con el quicio de una puerta para quitarle las escamas. También el arroz y el azúcar.

Otro producto estrella era el bacalao que se vendía sobre todo en cuaresma.

Todo se pesaba al principio en una balanza de dos platos, en uno se ponía el producto y en el otro las pesas de kilo, medio kilo, un cuarto u otras pequeñas.

A última hora comenzaron a llegar los refrescos entre los que destacaba La Casera. Cuando alguien tenía una mala digestión acudía a comprarse una Casera para eructar.

No se vendían ni frutas ni hortalizas.

Recuerdo a Anica “la de la Posada” que no quería que lo que comprara se pusiese en papel de estraza, como por ejemplo el arroz. Me decía “niño lo que pesa el papel me lo das de arroz”.

El papel de estraza representaba lo que hoy son las bolsas de plástico. También ahí se iban anotando todas aquellas personas que llegaban a la tienda a comprar fiado.

Por supuesto que llegaban mujeres pidiendo arroz, garbanzos o lentejas y que cuando pusiesen las gallinas liquidarían con los huevos que estaban por llegar.

Recuerdo a una beninerilla que la mandaban a comprar e iba repitiendo por la calle “medio de arroz, cuarto de azúcar, medio de bacalao” y al llegar a la puerta de la tienda comenzaba a gritar: ¿Que me has dicho que compre…?

Al principio de la tienda la mercancía llegaba con la Alsina hasta que se ahorró y se compró un motocarro.

La mejor clienta fue durante un tiempo Antoñica “la Matías” ya que eran cerca de diez de familia, vivía a casi dos kilómetros del pueblo, en la Barriada de las Casas y todas las semanas acudía a comprar sólo una vez. Además, dicha pastora tampoco tenía una burra con aguaderas para transportar todo lo que compraba. Una fiel pagadora que pagaba con los quesos que ella fabricaba o con la venta de cabritillos o con sacos de lana de las ovejas.


Puerta de la iglesia de Benínar por dentro. Autor Paco R. Maldonado Ruiz 


Tus recuerdos de la iglesia

Todos los santos que había en la iglesia estaban metidos en nichos menos la Virgen de Fátima.

Recuerdo ir de crio al encuentro de dicha imagen que llegaba por la carretera de Darrícal en un coche que tenía Antonio y que vivía en Almería capital.

La gente invadía toda la carretera (más mujeres que hombres ya estos apenas frecuentaban la iglesia) pero sobre todo la chiquillería dando voces y cantando lo que ya les habían enseñado las beatas o en la escuela.

 

“El trece de mayo

la Virgen María

bajó de los cielos

a Coba de Iría.

Ave, Ave, Ave María,

 Ave, Ave, Ave María…”

 

Dicha imagen la había comprado Emilia (la que tenía una almazara en el Barrio Alto) y que uno de sus hijos, Antonio, estudió la carrera de medicina.    

El hijo que estaba enfermo era Pedro y llevaba mucho tiempo, pero logró ponerse bueno en plena adolescencia.

No sé si sanó gracias a un milagro de la Virgen de Fátima o que llegase a Benínar por primera vez la penicilina. Lo cierto es que aquel adolescente le dio tiempo de ir también a estudiar fuera.

 

La Guerra Civil

Entramos en un terreno que muy pocas veces los benineros han querido comentar. Caso parecido a hablar sobre las razones de la emigración.

Historias que debía de poner entre interrogaciones ya que nací más de una década después del conflicto.

Sé que en la iglesia del pueblo se reunían los del comité. Que el cura que había en el pueblo huyó disfrazado de mujer camino de Berja. Que una familia formada por unos cuantos hermanos se tuvo que marchar del pueblo ya que fueron parte de los protagonistas en aquella contienda.

Que tiraron a San Roque por el puente y como es una escultura de madera fue flotando en el agua hasta que un paisano se la encontró y la guardó hasta que terminó la guerra. Dicha ¿proeza?, quien la hizo, se debía de haber escrito algo en la iglesia o en cualquier sitio poniendo el nombre y apellidos de aquel paisano y sin embargo aquella persona tiempo después pasó desapercibida. Puede que fuese decisión de él o que el resto de los paisanos no le diesen la más mínima importancia.

Tremendo para mis abuelos Ramón y Mamanona cuando llaman a la puerta y dicen que se llevaban a sus tres hijos mayores al frente de batalla en la guerra.

Creo que las mayores anécdotas que siempre contaba mi padre era lo vivido en la frontera del Ebro. Quizás fuese el lugar más cruel de la guerra. Decía que menos mal que le había tocado el servicio en dicho lugar estando en el lugar más alto y avisaba cada vez que se divisaba la llegada de un avión. También decía que cuando se dejaba la ropa en el suelo él veía como los piojos que estaban dentro del trapo lo desplazaban: ¡Andaban las camisas y los pañuelos! Creo que mi tío Manuel se lo llevaron a un barco prisión que había en el puerto de Almería y mi tío Pepe, en una de las ocasiones que se escapó se subió a un pino, se amarró con la correa al tronco y allí permaneció tres días hasta que dejaron de buscarlo. Cada vez que pasaba la patrulla debajo del pino escuchaba lo que decían aquellos soldados que lo estaban buscando, aquellos comentarios nunca se le olvidó.

Otra cosa que me contaron de la guerra era que mi tío Facundo que vivía en Granada era al que buscaban los benineros desertores de la guerra para que les diese cobijo y a su vez estancia y comida y por supuesto fuese su aval ante las autoridades para estar libres. No pongo nombres por no saber cómo pueden reaccionar sus familiares. Posiblemente aquellos que fueron acogidos por Facundo no podían volver a Benínar al estar el pueblo en zona roja.

De aquella fecha seguro que salió el refrán que solían decir las mujeres: “Si viene el lobo le doy el mulo y si vienen hombres le enseño el culo”.  Era el argumento que utilizaban las mujeres cuando salían de madrugada solas para trabajar en el campo.

Yo me pregunto, ¿Si eso hicieron con el patrón del pueblo… cómo trataron a las demás imágenes? ¿Dichas imágenes fueron repuestas después de la guerra? ¿Quién las compró? ¿Cuál es la razón de reponer dichos santos y no otros?

No recuerdo más nada.


Mineros a principios del siglo XX. Lugar desconocido


¿Recuerdas alguna historia relacionada con el pasado minero del pueblo?

Una vez jubilado es cuando me he interesado por el tema y he comprado aquellos libros que lo tratan. Que me contasen algo de referencia, no recuerdo nada.

Si escuché muchas veces lo del pozo Malacate pero nada en concreto.

Lo que pienso es que las mejores casas que había en Benínar creo que fueron construidas como consecuencia de las ganancias que aportaron el plomo, el esparto, su elaboración y las cenizas, todo ello en el siglo XIX.

Lo que sí recuerdo en una ocasión es ir con mi padre y otro paisano a una determinada cueva del término municipal porque alguien había escuchado que cuando se marcharon los moros se fueron con una mano atrás y otra delante y que sus pertenencias las dejaron escondidas en las cuevas con la intención de volver por ellas. Como decía, fuimos los tres a dicha cueva llenos de ilusión por lo que nos íbamos a encontrar y cuando volvimos… volvíamos tristes, sin apenas decir nada por el camino.

 

¿Sabes algún poema o canción que se cantara en Benínar?

 Sobre los carnavales:

 

“En Benínar no hay mozos porque se han ido todos a Figo,

los tres de Barbarica, el de José Vargas y Vicentillo”.

 

Cuando se limpiaba la uva en el almacén de Antonio Fernández:

 

“El veinticinco de abril

no sabéis que sucedió

por el pueblo de Benínar

un aparato pasó,

y estaban haciendo roscos

en la casa de Angelina,

al escuchar el aparato

todas las niñas salían,

y Nica “la Posa”

 que estaba cogiendo habas

se ha encontrado un papelillo

que era la feria de Cádiar”.

 

Creo que tiene dos himnos San Roque pero ahora mismo no me acuerdo de ellos.

En Semana Santa se tenía que hablar lo imprescindible y bajito. El Domingo de Resurrección “la Niña Carlota”, Lola Ruiz y una catalana que era la mujer de Juanito “el del Puente” (el que llegó a Benínar, se instaló en una casa de la calle Ancha y comenzó a fabricar radios. Recuerdo estar a su vera cuando fabricó la que le encargo mi madre), que eran las cantaoras más bien dotadas, seguro que se han llevado con ellas aquellas canciones que se cantaban en concreto ese día.

 En unas navidades recuerdo, estando de párroco don Francisco, siendo yo acólito, nos llevó a Antonio Blanco y a mí a visitar Málaga y Granada. Fuimos los primeros críos que vimos el mar por primera vez. El cura reunió a las mejores voces que había en el pueblo tanto de mujeres como de hombres y formó un “pedazo coro”, les enseñó nuevos villancicos, los subió a la tribuna (hombres y mujeres cuando aquel lugar estaba sólo reservado a los hombres) y desde entonces sabemos que había una voz impresionante que era Manuel “el Rubillo” que hacía la mayoría de los solos, junto a “la Niña Carlota”. No recuerdo la presencia de una zambomba, pero sí de panderetas, castañuelas y algún otro instrumento.

No recuerdo nunca haber escuchado cantar unos trovos como siempre se han escuchado en Murtas y en Turón. Si recuerdo haber escuchado tocar un acordeón a Pepe “el de la Plaza” y una guitarra o mandurria a Frasquito “el de la Posada”.  Creo que este último donde se ha desquitado en tocar la guitarra ha sido en el asilo cuando después del pantano se marcharon a vivir a Berja.

Unas cosillas quiero contar:

Yo escuche cantar a mi padre y la verdad es que lo hacía muy bien pero nunca lo escuche cantar en el pueblo, en público. Quien le iba a decir que su hijo cantase durante el tiempo de universidad en la Coral de la Victoria en la catedral de Málaga y que después estuviese dentro de un coro cantando durante veinticinco años. Lo que no disfrutó mi padre lo ha disfrutado el hijo. Bueno, también me escuchó cantar en el coro y bailar sevillanas. A mi madre se le caía la baba ver a su hijo en aquellas fiestas.


Benínar en 1983. Construcción del pantano. Archivo Diputación de Almería


Cuando oíste por primera vez que se iba hacer un pantano en Benínar. ¿Qué sentiste al ver la primera excavadora?

No es lo mismo escuchar que se va a construir un pantano y que tu pueblo desaparecerá del mapa cuando se tiene veinte años a cuando ya se cumplieron los sesenta.

Cuando empiezan los sondeos los benineros se dieron cuenta que aquello de la construcción del pantano iba en serio.

Hubo reacciones por edades:

+Los de treinta años para abajo les decían a los padres:

“Con el dinero que nos den me compras un coche, una moto y con lo que nos sobre nos compramos una casa en Berja o en El Ejido. De trabajar en invernaderos será si no sale otra cosa”.

A todos los del pueblo (es un decir ya que eran muy pocos los que dormían y vivían del campo) se les ofreció una casa y un invernadero que tan solo dicha propuesta la aceptaron ¿cinco familias?

Por aquel tiempo se decía que se había construido un pueblo en el Poniente de Almería para acoger a todos los benineros por lo del pantano.

+Los que tenían más de treinta, cuarenta… sesenta, de alguna forma soñaban con una paguita por jubilación (este es un tema que se puede desarrollar: el cómo llegan los benineros a cobrar una paguita de jubilados cuando apenas sí habían cotizado a la Seguridad Social como autónomos). El vivir en una población desde Almería hasta Berja, en cualquiera de ellas seguro que se lo iban a pasar mejor que metidos en aquel pueblo que ya estaba sin juventud.

El problemón les llegó a todas aquellas personas mayores que se defendían perfectamente en la casa donde habían nacido, donde se habían criado y les obligaban a marcharse del pueblo. Personas que no tenían familia y estaban atendidas por sus vecinas como si fueran sus hijos. Personas que llegar a casa donde vivían sus hijos era vivir en un sitio donde te podía atropellar un coche, que se escuchaban ruidos extraños, que no se sabían de donde venían, que era pasar el día entero sentados en el salón viendo la televisión. El ir cuando les apetecía al campo y traer una espuerta de hierba para los conejos, el sentarse a la sombra con unas cuantas vecinas y hacer punto, coser o sentarse y charlar, eso también se lo llevaba la construcción del pantano.

Desde que empiezan los sondeos hasta los tres años de barrenos para obtener las piedras para la construcción de la presa, en ese tiempo aproximadamente cinco años, las estadísticas reflejaban que habían muerto casi todos los ancianos de Benínar.

Al ver las personas mayores como iba desapareciendo la vega, las acequias, todos los árboles, que sólo estaban las casas rodeadas de una planicie que habían construido las máquinas, incluso los cerros ya no eran los mismos, los sentidos les estaban diciendo que aquello era el fin del mundo y por lo tanto que ya les había llegado su hora. Se lo decían sus oídos por aquellas explosiones y el ruido de las máquinas, se lo decían sus ojos al ver como una casa sí y la otra también allí ya no vivía nadie, que sus vecinos se habían marchado. Había desaparecido la tienda, el bar, apenas se encontraban con nadie cada vez que salían de casa y además sus vecinos abrían las manos en expresión de que aquello había terminado. O te marchas o mueres ahogado. Nadie explicaba nada.

Qué difícil es aceptar que el tiempo se agota y que la única solución que te queda es la muerte por culpa de aquellos que habían llegado de fuera y todo tu entorno lo están destruyendo (sin argumentos convincentes), hasta que llegue el momento que tirarán tu casa con ella o él dentro. De día no se podía dormir por el ruido de los barrenos y las máquinas y de noche tampoco al plantearse ¿Dónde me voy a vivir y con quién?

El vivir fuera y acudir por las fiestas al pueblo, cuando se llegaba al Collado y se contemplaba aquel panorama, aquello era desolador y además ni se encontraban palabras ni tampoco las escuchabas que argumentasen aquel desastre. Supongo que cada beninero habrá vivido de forma distinta la transformación de aquel entorno donde has nacido, te has criado y has pasado la niñez, la adolescencia y la juventud.

Con el paso del tiempo y ver que aquel esfuerzo, aquel sufrimiento de los benineros no ha servido para nada. Ver que el pantano sólo se ha llenado una sola vez y que el aporte de agua lo puede dar una desalinizadora, es decir que el pantano o la presa de Benínar no tiene razón de ser con el paso del tiempo, esa conclusión es tan desoladora como cuando contemplamos el charco de agua desde el Cerro de Las Viñuelas.

Si desolador es analizar la actuación de la mayoría de los paisanos cuando llegan las indemnizaciones, casi tiene el mismo valor sentimental de pena, vivir la reacción de los habitantes de pueblos limítrofes y de los regantes que regaron, siguen regando y regarán que se hicieron sordos, que no han llegado a pensar una miaja por lo que pasaron y siguen pasando los benineros, por la construcción de la presa de Benínar.


Benínar en su cénit


Tu último recuerdo del pueblo

Envidio a los de Darrícal, Turón o Murtas, porque pueden caminar por las calles donde vivieron ellos, sus abuelos y sus ancestros. Porque pueden entrar en su casa y vivir dentro de ellas todos aquellos recuerdos buenos y malos. Qué más da si son buenos o son malos, es donde está la historia cosida con la de sus padres y sus ancestros.

Algunos españoles aún no han sido capaces de superar lo ocurrido en la Guerra Civil por la sinrazón de muerte y destrucción que es una guerra.

Lo mismo me encuentro yo de ánimos por la destrucción de mi pueblo y porque mis abuelos (no solo están ellos, también personas entrañables que forman parte de mi vida) están enterrados dentro del pantano y que el remedio que encontraron fue poner una losa de hormigón que con el paso del tiempo está rota y llena de grietas.

Tiene que llegar esa generación que ponga una gran piedra o muchas lápidas donde en cada una de ellas esté grabada el nombre de todos los benineros que la decisión de uno o unos cuantos los condenaron a estar en una tumba indigna.

Eso es todo.

Entrevista realizada en junio de 2017.

 

Los años pasan sin darnos cuenta, el sentimiento es que el tiempo se acelera y corre más deprisa. El mío es que queda mucho trabajo por hacer, mucho por escribir y cada vez somos menos los que pudimos disfrutar de aquel pueblo y contar lo que vivimos. Si tú, querido lector, quieres compartir tu historia escríbeme a indaloxes@gmail.com , nos pondremos en contacto y salvaremos otro trocito de la memoria de Benínar.