viernes, 28 de diciembre de 2012

...y el cometa Halley llegó a Benínar


Cuentan los mayores que haciendo obra en una casa de Benínar, al picar en una pared apareció un hueco. De allí se extrajo un libro que tenía dos tipos de escritura, una en árabe y la otra en un castellano muy diferente al actual. Este manuscrito ha pasado de generación en generación, de mano en mano hasta las mías.


Libro de Aadil
 
El libro es extenso, de quinientas páginas, sus pastas son de cuero de oveja curtido, relieves de flores y hojas de papel cosidas a mano con hilo de oro. En su primera página comienza así, soy Aadil, hijo de Yusuf, nieto de Omar, bisnieto de Muley Ibn-Annaar, mi apellido da nombre al lugar que los cristianos llaman Benínar…

El libro cuenta la vida de Aadil Ibn-Annaar, el último morisco de Benínar.
 

…Corría el año 1607 y la noche se iluminó en el cielo de Benínar.  Era 18 de febrero y Juan se calentaba frente al fuego de la chimenea. Estaba cenando el conejo que había atrapado en uno de los mojones que levantaron sus antepasados para delimitar las tierras que un día fueron suyas, a su lado yacía la cimitarra que un día le entregó su padre y que llevaba escondida tantos años que la herrumbre se había comido el brillo.

A Juan, sus vecinos lo llamaban en secreto Aadil, el justo, y era descendiente de moriscos. Su linaje se perdía en las antiguas tribus béticas que poblaron esta Alpujarra. Sus antepasados pasaron de ser paganos a cristianos, luego musulmanes y ahora, de nuevo cristianos. Cada vez que llegaba un conquistador había que adorar a nuevos dioses. Sus abuelos fueron los primeros bautizados en el río de Benínar allá por el 1500 y desde entonces los llamaban moriscos. Él lo fue con el nombre de Juan de Válor hacía ya 76 años.
Mientras sus huesudas y temblorosas manos removían los rescoldos de la madera quemada sus pensamientos retrocedían en el tiempo, recordaba cuando su padre le contó que el día de su nacimiento, en 1531, un rayo de luz apareció en el cielo y ahí se mantuvo durante días.
 -Una señal de Alá- le decía con orgullo cada vez que contaba la historia.
-Tú, hijo mío has sido bendecido, vivirás grandes acontecimientos -
Esa misma luz en el cielo había vuelto a aparecer.
 
 El cometa Halley
Aadil fue alfaquí (juez) de musulmán y lacayo como cristiano. Su palabra y consejo era muy respetado entre su gente, al que consideraban persona justa y muy versada e instruida en leyes. Después de la guerra lo exiliaron con los suyos a Toledo. Poco tiempo después le propusieron regresar a cambio de información, debía contarles a sus nuevos amos como estaba repartida la tierra en la Alpujarra, en su querida Benínar.
El retorno fue duro, en el camino perdió a su amada Yasmin Había bebido el agua de una charca y murió de fiebres. Con sus manos desnudas cavó la tumba que la arroparía, de sus ojos no salió ni una lagrima de dolor, sólo de odio.
 
  Moriscos
Durante semanas acompañó al licenciado Alonso de Frías. Por aquel valle subían y bajaban montañas, todas las respuestas que daba a las preguntas que le hacían eran escritas en un libro al que llamaban de apeo. Ese Alonso era un hombre de pequeña estatura, flacucho, que usaba una especie de lentes cuando leía o escribía, era inteligente, locuaz. Tenía muy buena caligrafía y eso que escribía encima de un burro, lo malo es que olía igual que un cerdo ya que no era costumbre entre los cristianos el aseo diario y menos el uso de baños públicos.

El tiempo hace amigos o enemigos a los hombres, lo primero fue su caso. Alonso iba recogiendo y guardando todos los manuscritos que encontraba abandonados en los pueblos vacíos por los que pasaba, no sabía leer el árabe y en Aadil encontró a quien se los pudiera traducir. Juntos, en el silencio de la noche disfrutaban con la filosofía de Averroes, de los poemas de  Ibn Zaydun… 

-Este cristiano es un gran admirador de la belleza, cantor de la naturaleza y del placer, sus ojos chisporrotean ávidos de conocimiento cuando empieza a escuchar- así lo describe en el manuscrito.
El día que salieron en dirección a las Lomas iban solos, los dos soldados que siempre los acompañaban estaban enfermos y se quedaron en el pueblo. Alonso miraba los campos baldíos, los árboles secos, le preguntó a su compañero la causa de tanto odio, el porqué de una convivencia que había terminado en un baño de sangre.
 
Recuerdo la primera vez que vi a un cristiano –le dijo Aadil-, venía a caballo río arriba seguido de otros muchos al grito de ¡Santiago y cierra, España!, espadas en alto segando las cabezas de mis pobres vecinos que habían ido con sus cántaros por agua. Después trajeron sus ídolos y los metieron en nuestra mezquita. Al que más adoraban era a uno que llamáis san Roque del que se dice es muy milagroso y gustaban las gentes tocar su imagen a modo de talismán. Después nos prohibieron nuestra lengua, nuestras costumbres, nuestra ropa. Sólo éramos apreciados por la seda, cumplidos que se terminaban al pagar la alcabala...
 
Al caer la tarde, de regreso al pueblo se enteró que allí había estado Torrijos, ese cura morisco traidor al que no le tembló el pulso cuando vendió a su gente. Por un lado aconsejaba a los cabecillas de la rebelión, del otro los delataba a los capitanes cristianos. Había venido a llevarse la tajada de su traición. Con el acetre rociaba de agua bendita las paredes y suelos de la mezquita, reconvertida en iglesia, para ahuyentar los demonios que decía allí habitaban.

 
 
 Repoblación
 
 
Alonso de Frías terminó su trabajo, antes de irse le regaló un libro con páginas en blanco que le había sobrado y se marchó. Allí quedó Aadil solo, en medio de un pueblo fantasma. Pasaron los meses y el lugar se iba llenando de cristianos. Los primeros en llegar fueron los Vitoria, después los Martín, Rodríguez, López…venían con sus escasas pertenencias a empezar una nueva vida. A él lo tomaron como cristiano viejo que sobrevivió a la matanza, además ¿A quién le importa un viejo?

Los años pasaron y llegamos a aquella noche, la de 1607 en la que una luz brillaba en el cielo de Benínar. Esa mañana su excelencia el señor canónigo de la Catedral de Granada, don Francisco Torrijos ofició la misa en la iglesia de Benínar, había venido a cobrar las rentas de su cortijo, el del Canónigo y demás tierras. Al ver a su antiguo vecino lo reconoció y sonrió, llevaba años soñando con el oro que escondieron sus feligreses antes de ser expulsados. Ese oro le abriría muchas puertas, hasta la Corte si había suficiente y si no hablaba, lo denunciaría a la inquisición por hereje.

Juan de Válor terminó de cenar, tiró los restos del conejo, se lavó las manos y con una paciencia infinita comenzó a afilar la cimitarra. Había llegado el momento de su venganza, Torrijos debía morir....
Continuará.
 
(c) Francisco Félix Maldonado Calvache. Diciembre de 2012.


jueves, 20 de diciembre de 2012

Feliz Navidad

 
 
 
 

miércoles, 12 de diciembre de 2012

La muerte, la caja y la Cofradía de las Ánimas

Hablar de la muerte no es grato para nadie, ni siquiera para los que viven de ella porque conlleva pena, desesperanza, dolor. En los pueblos alrededor de la muerte hay todo un ritual que pasa de generación en generación, de boca en boca, de difunto en difunto. El saber hacer, el saber estar, cómo velar, llorar... y al final enterrar, es todo un ritual que ha ido evolucionando lentamente en el tiempo y ahora los tanatorios han cambiado rápidamente esas costumbres.
Tenemos toda una vida para prepararnos y casi siempre nos coge desprevenidos, sin avisar, sin apenas tiempo para despedirnos. La muerte se lleva lo mejor de nosotros, y lo peor… no hace distinción de clases ni de riquezas, nos quiere a todos por igual. Si somos buenos en vida nos recordarán, si no lo somos nos olvidarán. A todos nos gusta escuchar en boca de otros cumplidos a nuestros antepasados, nos hace sentir aún si cabe más orgullosos ser hijos o nietos de.
Aparejada a la muerte está el luto, palabra que deriva del latín luctus que significa dolor, pena. En mi Alpujarra era riguroso, no se podía hacer nada que manifestase alegría. Por ejemplo, salir en las fiestas estando de luto era impensable o ver la televisión, encender la radio, ni siquiera abrir de par en par las ventanas o puertas de las casas, apenas un poquito, para que sólo quedase una suave penumbra. La vestimenta, de negro riguroso, de pies a cabeza (pañuelo incluido cuanto más atrás viajamos en el tiempo), tampoco dejarse ver mucho por la calle, ya se sabe… las habladurías y el qué dirán importaba demasiado en una sociedad tan aislada como era aquella.
 
Velando

 
 
Una vez le pregunté a mi abuela por qué no vestía de otro color que no fuera el negro, su respuesta fue: “Paco, era una niña cuando murió mi padre, después murió mi hermano, después mi madre, después… en 1969 tu abuelo, he pasado casi toda mi vida vistiendo de negro” y, falleció con 92 años.
La muerte siempre ha sido un buen negocio, ahora para los ayuntamientos y funerarias, siempre para los curas. En 1914 en Benínar por una misa se cobraba 1.60 pesetas y si era de aniversario 2.20 ptas.

El toque de la campana era siniestro, el característico “toque a muerto”. La gente al oírlo salía de casa corriendo calle abajo o arriba, preguntándose unos a otros quién había muerto, dirigiéndose al de la campana que seguro sabía a quién se le dedicaba tan lúgubres toques.
 
 
Campana de la iglesia
 
 
Sobre este tema se puede escribir más pero hoy no toca, sólo os voy a relatar cómo se hacía en Salas Altas un pueblecito de la provincia de Huesca, lo he encontrado ilustrativo y digno de mención:
“El toque combinado de las campanas para anunciar la muerte de un vecino se realizaba en el mismo momento en el que se comunicaba el fallecimiento, y después, al mediodía y/o al atardecer, tras el toque de oración, según la hora en que se hubiese producido. Al día siguiente, lo mismo, tras los toques de oración hasta el momento del entierro. Se iniciaba cuando el párroco iba a la casa del difunto y se continuaba cuando se llevaba al difunto desde su casa a la iglesia y tras la misa, durante el recorrido de la iglesia al cementerio.
Para diferenciar el sexo del fallecido, al finalizar el toque se daban 8 campanadas si el difunto era mujer, y 9 campanadas en el caso de que fuera hombre.
En la misa del primer aniversario del fallecimiento, se tocaba también a muerto, llamado este toque de “cabo de año”. Para diferenciarlo del toque “a muerto”, se suprimían las campanadas finales, y el toque era de menor duración.
Cuando el fallecido era un niño que no había hecho la Primera Comunión, es un toque combinado de las campanas, más rápido que el de muerto y con una diferente combinación de las mismas. No se tocaba en el “cabo de año”.

En Benínar (Almería) había una cofradía llamada de las Ánimas. Una de sus funciones era enterrar con dignidad a los pobres que no podían permitirse el lujo comprar un ataúd. Antaño, cuando alguien fallecía se llamaba al carpintero, tomaba las medidas y le hacía la caja a medida y sin demora, mientras tanto el difunto era adecentado, aseado, amortajado con su mejor ropa, preparado para el comienzo del ritual. Cuando llegaba la caja se sacaba de la cama y se le disponía con solemnidad dentro del ataúd. Lamentos, pésames y rezos eran las palabras y frases más frecuentes dentro de la casa, fuera, en la puerta, los hombres hablaban de cómo iba la cosecha o de lo poco que había llovido ese año. La expresión “vamos de muerto” todavía sigue siendo de uso común.

 

Caja de las ánimas
 
 
La cofradía tenía un ataúd en propiedad en el que se velaba el cadáver, al día siguiente se llevaba al cementerio, lo sacaban, enterraban en la tierra y la caja se guardaba en una habitación del camposanto a la espera de próximo huésped.
Dicha caja no sólo tenía inquilinos en la muerte sino también en vida. Siendo Francisco Sánchez alcalde de Benínar, a tan ilustre caja le salió un pretendiente, se llamaba Juan Sánchez.
A este buen hombre le dio la manía de ir al caer la noche al cementerio, saltar la tapia, cogerla, sacarla y pasearse por las calles del pueblo tirando de ella. Una vez terminada tan ilustre peregrinación regresaba al cementerio, se metía en su interior y se echaba una siestecita.

 
Dos pescadores pasaban al lado del cementerio...


Benínar era el lugar de paso de los pescaderos que subían desde Adra hacia los pueblos de la alta Alpujarra a vender su carga. Una madrugada dos de ellos, montados en sus burros conversaban de forma alegre y animada, al pasar junto a la puerta del cementerio uno de ellos le dijo al otro, “oye, pregúntale a esta gente si quiere pescado”, el otro preguntó “¿Queréis pescado?”. Una cabeza se asomó por encima del muro del cementerio y respondió ¿A cómo lo dais?
El pánico se apoderó de ellos, tanto que a uno le dio un infarto y allí mismo quedó muerto, al lado del camposanto. El otro hizo volar a la burra con tanto brío que en Benínar no se creía que un équido pudiera correr tan rápido.
Esto es historia y así os la he contado.

© Francisco Félix Maldonado Calvache. Diciembre de 2012.

lunes, 10 de diciembre de 2012

Un día en Fiñana (Almería)

Siguiendo los pasos de Juan Calvache, comerciante de Guadix, llegué a Fiñana donde en 1570 vendió una esclava morisca… No es el comienzo de una novela histórica, el hecho ocurrió en realidad y para conocer la historia hay que visitar los lugares donde sucedieron.
Fiñana es uno de esos pueblos que rezuman historia por los cuatro costados y que el paso de los años los ha hecho venir a menos. Desde la década de los 60 hasta ahora ha perdido la mitad de sus habitantes.
Para ver el pasado glorioso de los pueblos hay que visitar sus monumentos, son el espejo de la opulencia o la pobreza.
 
Fiñana cuenta con una magnífica iglesia, restos de una alcazaba musulmana y una de las pocas mezquitas almohades que existen en España.


Iglesia Nuestra Señora de la Anunciación
 
 

Antigua mezquita almohade
 
 

Fuente pública
 
 

Calle del pueblo
 
 

Alcazaba
 
 

Panorámica
 
 

Ayuntamiento
 
 

Flora "autóctona" del lugar
 
 
 
Vídeo de Fiñana desde sus miradores 



Saludos.