domingo, 28 de febrero de 2021

Coronavirus 2.0

Hace unos meses un grupo de benineros nos propusimos ir recogiendo en este blog nuestras vivencias con el Coronavirus para dejar constancia a venideras generaciones de cómo vivimos y padecimos esta pandemia los descendientes de Benínar.

Ni qué decir que información sobre este tema hay hasta la saturación y más allá en internet, periódicos… también la hay sobre la epidemia de gripe de 1918 pero de su incidencia en los benineros poca.




Mi trabajo como farmacéutico en un pueblo del cinturón de Granada me sitúa en situación privilegiada de alto riesgo debido a la gran cantidad de personas con las que trato. Una mascarilla ffp2, una mampara de medio metro de alta, solución hidroalcohólica, jabón y una línea pintada en el suelo es mi defensa. Por desgracia, muy de vez en cuando tengo que recordarle a la gente que como se acerquen más al mostrador vamos a acabar dándonos un beso, a los obstinados además debo darles un “bufio” para que se den cuenta que no lo digo en broma.

Mis colegas sanitarios, los médicos de familia, hace un año que se enclaustraron en sus despachos y sólo atienden por teléfono (hecho que no entiendo ya que los especialistas, que son menos e insustituibles, sí te atienden en persona). Cuando un enfermo entra en la consulta el médico sigue un ritual que el teléfono no lo puede sustituir. Si nuestros queridos Eugenio o Juan Sánchez Quero levantaran la cabeza se pondrían la bata, una mascarilla y gritarían “que pase el siguiente”.

La primera noticia del virus la dieron los telediarios, decían que “en la ciudad de Wuhan, China, hay gente que se ha infectado con un virus nuevo…” Se le dio poca importancia, China queda muy lejos, claro, en burro sí, en avión a 12 horas y hoy en día todos conocemos a alguien que ha estado de vacaciones en China, Corea, Vietnam... Palabras como pandemia y Coronavirus empezaron a engrosar nuestro vocabulario, desde entonces nos saturan a diario con buena y mala información. Tanto nos han informado y sapientado que encuentro a un epidemiólogo en cada cliente que entra en la farmacia. Nunca he visto y padecido tanta paranoia en personas públicas o privadas, los de arriba mandan fumigar las calles con lejía (como si el virus estuviera paseando o jugando a las chapas en la acera), y los de abajo al llegar a su casa meten las monedas en lejía, también los hay que no quieren el cambio porque no ha sido desinfectado previamente (la ONG Farmamundi por medio de su hucha lo agradece ya que ese dinero “infectado” sirve para una buena causa).

Es tanta la histeria que los hay que entran en la farmacia dando un puntapié a la puerta, ya que pocos osan de tocar la manilla, es como en las películas del oeste cuando se entraba en el bar. Más de una vez he tenido que escuchar a histéric@s entre sollozos afirmar “que todos vamos a morir”, a lo que siempre respondo “pues claro, de viejos”.

Recuerdo la moda de los guantes, un erudito televisivo dijo que había que llevar guantes y obediente que es la audiencia empezó a buscar guantes por todos sitios, incluso los de la fruta del Mercadona valían. Personas con guantes llenos de mierda pululaban por todos lados, no paraban de tocarse la boca, rascarse la cara o los ojos cuando les picaba, “María rásquese el ojo con el codo que el guante lo tiene sucio”. Todo terminó cuando otro erudito dijo que menos guantes y más agua y jabón, debía ser un hombre sabio.

He visto miedo, terror, pánico en los ojos de mis clientes y, puedo decir que he hablado con la muerte a diario. Muchos de mis clientes, algunos amigos, ya no los veré jamás, sólo en mis recuerdos. Todos los días veo la pena en la mirada de sus familias y se nos quiebra la voz cada vez que los recordamos. He pasado un mes de diciembre y enero muy duro viendo a familias enteras enfermar y algunos morir. Hubo días que la campana de la iglesia lloraba a sus feligreses con demasiada frecuencia.


Fotografía de vacuna. www.expansion.com


Hay gente que todavía cree que esto es una simple gripe, a escondidas organizan fiestas para disfrutar del porrito y cubata, luego serán sus padres y abuelos los que paguen sus excesos y como siempre, culparán al sistema sanitario de no estar preparado.

Estamos ante el dilema del confinamiento o el consumo, si a la gente la confinamos nos cargamos la economía como sucedió el año pasado. Este país vive del turista (de aquí y de allí), el sector servicios es el mayoritario y el que da de comer a muchos. Si no hay turismo no se consume y si no se consume no se produce. El paro ha aumentado una barbaridad, el paro de los de aquí porque los cientos de bolivianos que viven en el pueblo donde trabajo ninguno engrosa la lista del paro, el marido trabaja en el campo de jornalero y la mujer cuidando abuelos.

Con respecto a las vacunas decir que me repugna que haya gente que se aproveche de su cargo para vacunarse, sobre todo habiendo tanta gente mayor a la que proteger. Me repugna que esta enfermedad la utilice una clase política que no está a la altura para tirarse los trastos a la cabeza, para ponerse medallas cuando nos envían y ponen un puñado de vacunas y que sólo comulgan juntos cuando se suben el sueldo.

Ha pasado un año y no me he contagiado, toco madera y le doy gracias a Dios por mí y los míos. La semana pasada me vacunaron con la Pfizer, en marzo toca la segunda dosis y recomiendo que tod@s hagan lo mismo. Este virus no es una gripe, es completamente distinto y para algunos, mortal.


El final del túnel


Esta es mi historia sobre la pandemia, me he callado muchas situaciones muy desagradables porque no es el lugar ni momento para escribirlas.

¿Qué futuro nos espera? A esta pregunta responderán muy acertadamente dentro de unos años los eruditos con montañas de datos, gráficos y estadísticas, yo sólo puedo decir que ya veo luz al final del túnel. Espero que esta luz no se apague con las nuevas mutaciones del virus porque ya estamos agotados de tanto sacrificio.

In memoriam de mi tía Guillermina y mi amigo Eduardo.