domingo, 21 de octubre de 2018

El octubre negro de Benínar. Centenario de la epidemia de gripe de 1918

Hace unos años publiqué un artículo en el blog de Plaza de Benínar hablando sobre los efectos del virus de la Gripe Española de 1918. Coincidiendo que este mes se cumple cien años de su paso por Benínar os voy a dar más datos sobre lo que aconteció en nuestro pueblo.

Hoy no os voy a hablar de lo que es un virus, de lo que es una cepa, ni del desarrollo de la enfermedad y acontecimientos mundiales que produjeron, para eso está el buscador de Google, buscad y encontrareis estudios muy buenos sobre el tema. Este trabajo es sobre Benínar, para que nuestros descendientes sepan que la vida de sus ancestros pendió de un hilo (o mejor dicho, de un virus).

Como bien os dije en mi anterior artículo, cada vez que subo a Hirmes saludo al buen doctor, a don Eugenio Sánchez Quero que luchó contra esta enfermedad en el hospital de Ugíjar y perdió la batalla. Cada vez que visito nuestro cementerio presento mis respetos a sus restos por haber cumplido con su juramento Hipocrático y no haber salido huyendo como otros muchos hicieron.


Juramento Hipocrático Bizantino del siglo XI. Biblioteca del Vaticano.


En este artículo quiero recordar a otro olvidado de Benínar, a Juan Sánchez Quero, hermano del anterior, ya que fue el médico que dio consuelo a los enfermos, el que luchó contra la enfermedad en Benínar y que fue olvidado por el simple hecho de sobrevivir a esta. Si hubiera caído en el campo de batalla seguro que también habría tenido busto en la plaza. Y es que como bien dice el refranero español “Nadie es profeta en su tierra” (salvo don Eugenio).

Este año se cumple el primer centenario de la epidemia de gripe que causó de 50 a 100 millones de muertos en el mundo.


El virus llegó a Benínar a finales de septiembre y el siguiente mes fue el de mayor mortandad. Lo he llamado “el octubre negro de Benínar” ya que segó la vida de 38 vecinos.

En el siguiente gráfico vemos la evolución de la mortandad en Benínar de 1907 a 1921. Observe el espectacular aumento de fallecimientos en 1918.




Por los datos que he podido recoger y estudiar, los primeros casos se dieron en Hirmes y pocos días después Benínar. Esto no quiere decir que un lugar infectara al otro. Benínar y su anejo Hirmes eran los lugares de tránsito de viajeros procedentes de Berja y Adra que iban a la parte alta de la Alpujarra y viceversa.

Por poneros un ejemplo de cómo pudo ocurrir la infección: en aquella época el anís de Benínar tenía fama internacional y los viajeros, después de cruzar el Llano, subir por el río o llegar a Hirmes, una copa de aquel afamado anisete en la tasca local calentaría el cuerpo dando fuerzas para seguir el camino a aquel maltrecho cuerpo que sufría la enfermedad. Un par de estornudos o toses en aquel local fueron suficientes para infectar a alguno de los presentes y comenzar la epidemia.

El virus era más virulento en la juventud y causó mayor número de muertes. No es fácil imaginar en una casa a todos sus miembros infectados y ver los padres morir a sus hijos.

En el siguiente gráfico podemos ver los óbitos por grupos de edad, se observa que el virus era más virulento con los jóvenes.





En el siguiente gráfico vemos los fallecimientos por meses. El mes de octubre fue donde la enfermedad estaba en su cenit, el número de contagios era más elevado y por ende, el de muertos también. Las epidemias hacen su aparición, aumenta el número de individuos afectados hasta un máximo y a partir de ahí el número de casos va descendiendo hasta desaparecer.






En el siguiente gráfico podemos ver las defunciones día a día durante el mes de octubre, del 13 al 19 inclusive es cuando hay mayor número de casos y de muertes. Fue una semana terrorífica donde el cura párroco decidió no tocar a difunto para que los enfermos no se deprimieran. Había mucho miedo en la población a contraer la enfermedad.





En el siguiente podemos ver el gráfico de fallecidos por edad, vemos que el de mayor edad tenía 43 años.





Ahora os daré una pequeña biografía de don Juan Sánchez Quero, ese médico de Benínar que se jugó el tipo día a día viendo como fallecían sus pacientes y amigos sin poder hacer nada, ya que la medicina de la época no estaba a la altura.



Juan nació en Benínar en 1873, terminó Bachiller veinte años después y cursó los estudios de Medicina y Cirugía terminando en 1899. 


Juan Sánchez Quero con su hija Araceli en su moto marca Indian.




Primero ejerció en Murtas y en 1908, al quedar vacante la plaza de médico en Benínar por dimisión del que la ocupaba, se le nombró. Durante treinta años curó y cuidó a nuestros abuelos. 



Convenció a su hermano José, arcediano de la catedral de Granada, para que cediera al pueblo la parte del agua que le correspondía de la fuente de la Cañarroda para el suministro de agua potable, erradicando de una vez por todas las epidemias de cólera, disentería y similares que se transmitían al beber el agua del río.

Esta donación salvó la vida de muchos de nuestros antepasados, hecho que no debemos nunca olvidar.

Este fin de semana, cuando suba a Hirmes, le diré al busto del buen doctor, que allá donde esté, le dé las gracias a su hermano por los servicios prestados al pueblo de Benínar. Cuando vaya al cementerio se los daré en persona.

Saludos.

domingo, 29 de julio de 2018

El primer maestro de Benínar

Cada vez que voy a Hirmes, al entrar en la plaza saludo al busto del buen doctor, a don Eugenio Sánchez Quero, que sin media oreja y escasa nariz ojea con mirada perdida el lugar donde un día estuvo el pueblo en el que nació.

Pero yo os digo que a su lado falta otra estatua, la de aquel que olvidado por el tiempo y conciudadanos dedicó su vida a transmitir sus conocimientos a la juventud del pueblo, os hablo del primer maestro que tuvo Benínar. Su misión y logros fueron grandes, nada más y nada menos que comenzar a alfabetizar a nuestros antepasados. Os hablo de don Antonio Sánchez Campoy.

No soy persona que guste referir a los demás con dones, mi abuela me decía que el don o doña lo daba el dinero o los títulos, yo gusto usarlo sólo para aquellas personas que por sus hechos se lo han ganado. Los maestros insertan una semilla en su alumnado, la calidad de ambos determinará su desarrollo.



Foto hallada en Benínar en 1982


Esta foto la encontró un beninero en la casa que perteneció a su bisabuelo materno Policarpo Sánchez. No sabemos quien fue ¿Sería nuestro maestro?

Para que entendáis lo que comenzó este hombre, busco en hemeroteca y rescato las palabras que nuestro querido amigo Rafael Bailón (por cierto, también docente y de los buenos) escribió en un artículo publicado en este blog sobre el analfabetismo en Benínar hace unos años:

“Duele escribir esto. Duele incluso leerlo. Pero la cruda realidad fue ésa: en 1860 Benínar era el pueblo más analfabeto de España. Sólo 3 de cada 100 personas sabían leer y escribir. O dicho de otro modo, el 97% de la población era completamente analfabeta. En cambio, cuarenta años después, en 1900, Benínar era uno de los pueblos de Almería con menos analfabetos. Pasó de un extremo a otro en menos de dos generaciones... ¿Por qué lo uno y por qué lo otro?” (Datos procedentes del Instituto Nacional de Estadística).

Veamos los motivos de este cambio.

En 1860 nuestro pueblo tenía 1090 habitantes, sólo 33 personas sabían leer y escribir, 1057 eran analfabetos. La situación económica era buena, el trabajo en las minas repercutía favorablemente en la economía local. Las tiendas fiaban, los mesones se llenaban de mineros, había herreros, esparteros, arrieros, albarderos… se construían molinos, almazaras, los agricultores creaban nuevos terrenos de regadío y vendían fácilmente la producción. Todo debido a que había dinero en circulación. En esas condiciones de vida y mentalidad la educación carecía de importancia, lo primordial era ganar dinero para invertirlo en la compra de tierra. 

Un antepasado de la época te diría ¿De qué sirve la cultura a la hora de picar galena, de transportarla, de plantar maíz o tomates, de herrar un mulo…? ¿De qué sirve saber leer y escribir en un pueblo sin libros ni periódicos?

En su cénit Benínar tuvo hasta notaria, ya no había que perder una mañana para ir a Berja y registrar la casa o tierra que con el dinero de la minería se ahorraba. Tal era el poder y ambición que reinaba en esta tierra que por suscripción popular se construyó una torre campanario en la iglesia, la quisieron mejor que la de Darrícal y acabó como la de Babel.
A comienzos del siglo XX en el pueblo había 1092 habitantes y era de los que menos analfabetos tenían en la provincia, ¿Por qué?

Hay un cambio en la producción de la riqueza, la minería está en su ocaso y la uva del Barco en su Cénit. Ya no es necesario trabajar el año entero para ganar dinero, sólo unos meses. Las manos menudas de los niños dejan de ser necesarias para extraer y acarrear mineral de pozos y galerías, vuelven hacer sus trabajos cotidianos como cuidar la cabra, ir por agua, traer leña… y tienen tiempo para asistir al colegio. Esto no sucedió de la noche a la mañana, hizo falta tiempo para cambiar la mentalidad de algunos padres.


Primera escuela de niños en Benínar


La escuela se edificó a mediados de siglo pero ningún maestro la quiso, había pocos docentes, estaba lejos de la capital y pagaban poco y a destiempo. Era un edificio de planta baja con una puerta y ventana sin cristales, cientos de benineros tiritaron mientras repetían el abecedario o la tabla de multiplicar.

Don Antonio, nuestro querido primer maestro, que durante treinta y un años, siete meses y tres días alfabetizó a varias generaciones, nació en Benínar el 16 de noviembre de 1828, era hijo de Juan Sánchez y María Campoy. Como puedes ver querido lector, era beninero de pura cepa.

Fue nombrado maestro de Benínar el 27 de mayo de 1856 y obtuvo la plaza por oposición el seis de agosto de 1860. En 1870 pidió la sustitución por enfermedad, lo acompañó Salvador Gallegos, después Ricardo, Jacinto… un rosario de maestros de los que ya os contaré sus historias en otros artículos y que dejaron su huella en la juventud de la época.

Foto de finales del siglo XIX . Lugar no identificado.


Don Eugenio y don Antonio no coincidieron en la misma aula pero seguro que el primero aprovechó el camino trazado por el segundo. Si ambos bustos estuvieran juntos en la plaza de Hirmes, con sus miradas dirigidas hacia Benínar, el maestro le diría al médico: “Eugenio… ¡Cómo ha cambiado esto!”.

Desde aquí quiero mandar un saludo a otro docente, casado con una beninera que me transmitió parte de sus conocimientos en los años ochenta, don Antonio Poza.


Saludos Benínar.

jueves, 19 de julio de 2018

Procesión de la Virgen del Carmen en Hirmes. 15 de julio de 2018

El pasado domingo, un día antes de lo normal, los benineros e hirmeros celebramos el día de la Virgen del Carmen con su procesión por las calles de Hirmes seguida de un aperitivo y música.

Otro año más compartiendo vivencias.





Saludos Benínar.

domingo, 22 de abril de 2018

Memorias de Benínar. Entrevista a Antonio Campoy Roda


Buenos días Benínar.

Hoy quiero llevar este blog a una nueva dimensión con la publicación de varias entrevistas que hice a ilustres benineros en un proyecto que en su día denominé “Memorias de Benínar” y que en un futuro no muy lejano acabará en papel, para así ilustrar a las generaciones venideras de cómo era nuestro pueblo contado por nuestros mayores.



Esta entrevista se fraguó el seis de noviembre de dos mil dieciséis. Ese día la Asociación Plaza de Benínar organizaba un año más su asamblea general. Había que rendir cuentas a los socios y celebrar elecciones para renovar los cargos de la dirección.


Habíamos quedado a las doce de la mañana en la puerta del ayuntamiento de Berja, nos habían cedido el salón de plenos para la reunión. Hacía un día radiante, soleado, los virgitanos tomaban el sol en los bancos de la plaza y un gitano con unas canastas de mimbre sobre su espalda iba de banco en banco tratando de venderlas.

Al llegar vi alguien al lado de Paco Ramón, nos saludamos con una interrogación en la mirada, me dije “me suena esta cara… ¿Pero quién es?”. La respuesta llegó más tarde, después de la asamblea.

Es costumbre que después de dicho evento los socios nos tomemos una cerveza antes de irnos, esa vez fue en el bar que hay en la Estación de Autobuses de Berja. Al llegar, nos sentamos por casualidad uno al lado del otro.

Mi interés por aquella persona hizo que le preguntara “¿Usted es de Benínar?”

“Claro, me llamo Antonio Campoy y viví en el molino de la Carigüela”, respondió.

Paco Ramón apuntilló “es Antonio Perejil”. En ese momento eché mano de la grabadora digital que llevo siempre para grabar las reuniones de la Asociación y le pregunté “¿Antonio, te importa si te entrevisto?”.

“Pues venga”, contestó.

Llevo muchos años investigando la historia de nuestro pueblo y en especial la de su industria (que era en exclusiva familiar, a excepción de las minas). El molino de la Carihuela (o Carigüela) fue construido en 1837 por Antonio Quevedo, rico hacendado, vecino de Turón y estuvo en servicio durante 140 años. Por fin conocía a alguien que vivió en ese lugar y podía contarme cosas de allí, no iba a desaprovechar la ocasión…

¿En qué año naciste? Le pregunté.

“Nací el 25 de noviembre de 1939, en el molino de la Carigüela que estaba en los Majalones. Mis padres se llamaban Andrés Campoy Maldonado y Dolores Roda Maldonado, si en vez de ser el primer apellido fuera el segundo sería Maldonado Maldonado”.







Debo reconocer que en ese momento me quedé incrédulo, mucho es el tiempo que he dedicado a investigar la historia y origen de los molinos de Benínar y allí, delante de mí tenía historia viva de un molino.

“Pero bueno, yo estoy hablando contigo y no sé de qué familia eres… ¿Tú remaneces de Benínar también?” Me pregunta.

“Yo soy de la familia del Ebanista”… en ese momento cambió su cara adquiriendo confianza y tranquilidad, ya me había situado dentro del organigrama beninero. 

“Antonio, ¿Cómo era ese molino?”

“El molino era de mi padre que lo heredó del suyo, también las tierras que había alrededor.
Tenía una piedra de moler, el agua la cogía de la Acequia de la Vega que cogía el agua de la parte alta, cerca de Darrícal, era el molino que más agua tenía siempre, en verano subía la gente a llenar agua allí para llevársela para la casa, los animales…

Se vivía a gusto en el molino, si aquello existiera yo estaría por allí. En la puerta había naranjos, limones, limas, olivos, en los alrededores de parra y bancales para arriba, en verano daba gusto estar allí. En verano salía el agua por la puerta del molino, la acequia para abajo… yo llegaba cansado de la vega, en la puerta había un par de trancos, me sentaba allí y me quedaba frito.

El molino miraba de cara al sol, pero allí no entraba porque aparte del chambao de la portada, teníamos un emparrillao de parras hasta la salida del agua de uva blanca clarilla y molinera. De pequeño me bañaba en la acequia, me tiraba por arriba y salía por lo hondo, en el cubo del molino no me fiaba porque tenía una profundidad grande, era peligroso, hacia falta de que mi padre lo supiera de que había gente arriba bañándose porque si no a lo mejor venía poca agua y se la chupara, y sin darte cuenta estabas dentro del pozo aquel y te ibas metiendo para abajo, y no te enterabas y cuando querías echabas mano y no podías agarrarte. Sabiéndolo ellos no había problema, te bañabas tan a gusto.”

¿Cómo era el molino por dentro?

 “Tenía dos plantas, una nave al entrar con una chimenea, de las antiguas donde en invierno nos calentábamos todos y nada más subir unas escaleras estaba el molino y arriba había otras que subía a la planta de arriba que era donde teníamos la vivienda. El molino tenía un cubo que se llenaba con el agua de la acequia, con una compuerta que se abría desde dentro, tenía una llave que abría la compuerta y salía el agua con fuerza a parar a las aspas que llevaba el rodezno, aquello giraba y era lo que hacía moler.”







¿Qué se molía?

“Se molía trigo, cebada y maíz… pero no habas, para estas tenía que estar el molino preparado, es más gorda y no entraba. La piedra que había tenía unas picauras y aparte de estas llevaba una estría que por allí iba entrando el grano. La piedra cada cierto tiempo había que picarla, lo hacíamos nosotros mismos, hasta hace poco tiempo tenía en el dedo un trozo de metralla de una vez que piqué, saltó y se metió en la mano. Se le daba la vuelta y se hacía con una piqueta que acababa en fino se iba haciendo la figura. La piedra de abajo era plana. Se empezaba a picar del centro hacia la orilla, dejando uno sí y otro no, si tienes una hoja te hago un dibujo.”

“En el centro de la piedra había un vacio, aquí iba el eje que la hacía moler, esto era el agarre de la piedra, el eje bajaba para abajo donde estaban las turbinas con las aspas que la hacían moler…” Nos interrumpe el camarero preguntando que queríamos beber en la segunda ronda y la tapa.

A los pocos minutos Antonio continua, “cada golpe que se daba con la piqueta se hacía un pequeño hoyo, va de mayor a menor y en la siguiente hilera se picaba debajo de los hoyos de la anterior, de forma que la piedra no quedaba lisa. Se picaba según se molía, a más molienda más desgaste”.

¿Qué se cobraba por moler?

“Se llamaba la maquila, variaba según la cantidad, si era un costal tocaba más o menos un celemín. Si era grano fino se enrasaba con un palo redondo, si era grano gordo no se enrasaba el celemín ya que ocupaba más huecos el grano.” 







¿Iba gente de todos sitios a moler?

“Los del pueblo, también de Turón teníamos muchos clientes”

¿Cuándo dejó de moler?

“A poco de marcharme yo porque mis hermanos se fueron yendo. Éramos cinco hermanos, primero se fue Ángel, después mi hermana, Manuel… sobre el uno se iba el otro. Yo me fui en el 74, primero a Alemania donde estuve siete años y pico, entonces nos vinimos a Cataluña, no estaba la cosa muy bien, empecé a trabajar en las minas de Suria, que estaba un tío de mi mujer allí y estaba yo ya aburrido, donde sea me engancho. En la mina me dieron todas las categorías porque empecé de ayudante y terminé con la categoría de minero, me dieron un tractor con pala, alemana, con la que limpiaba las galerías, salía de culo e iba a los vaciaeros donde por debajo iban unas galerías con raíles y vagones, las cargaba.

Aquel pozo tenía unos 800 metros de profundidad, había dos ascensores que subían las personas y los vagones de mineral para vaciarlas. Allí estuve trabajando un año y pico nada más, cuando encontré otra cosa me marché.”

Volviendo al molino Antonio, ¿Cómo fue la época de la posguerra, que me puedes contar de la fiscalía?

“La fiscalía de tasas como la llamaban venían con un jeep y había quien avisaba corriendo antes de que llegaran al pueblo, primero entraban a los molinos que estaban en el río, a las almazaras… a veces como te pillaran… si tenías declarados 50 kilos de trigo y te pillaban 60, te los quitaban y encima te venía la multa. Muchos de Berja han cogido y han ido a caso hecho a avisarle a mi padre a decirle a qué hora pasaba la fiscalía y el mismo que nos avisaba nos ayudaba a sacar el material que teníamos de más a esconderlo en la vega hasta que se iban. Cuando menos te lo esperabas se presentaban, y anda que el jeep… ya lo conocían, apenas asomaba por el Collao…  aquello subía una montaña y no se enteraba… aquellos tiempos mejor que no vuelvan.

“También se pagaban los arbitrios, el cobrador del ayuntamiento era el alguacil, uno que llamaban “el Moñico”, llevaba una trompetilla. Recuerdo una vez que la tocó y dijo: por orden del señor alcalde, que se presenten hombres chicos y grandes en casa de Frasquito Díaz…”

¿Os robaron alguna vez?

“No, entonces dormíamos allí con la puerta abierta. La Guardia Civil iba todas las semanas, eran buenas personas, llenaban las alforjas y se iban llenos de naranjas y de todo lo que había allí, claro, los pobres se portaban bien. Dormían en la portada, donde teníamos las bestias, se liaban en los aparejos de las burras nuestras, se enroscaban y allí dormían.

“Aquello era el refugio de todos los que tenían un bancal en los alrededores, lo mismo de noche que de día, la puerta siempre estaba abierta, teníamos las cantareras llenas de agua de la Cañaroa, entonces los vecinos, Juan Sánchez… iban allí, bebían, se sentaban en el portal, se tendían al fresquito y de noche cuando iban a regar pasaban la noche, abrían la pará de agua porque se regaba a manto y ellos se iban allí a fumar el cigarrillo y pasar el rato, cuando el agua llegaba al final de la merga la cortaban y a otra.” 





¿Recuerdas alguna anécdota graciosa que te ocurriera en el molino en el molino?

Teníamos un rosal en la entrada que salía el tronco entre la salida del agua y la puerta, pillaba toda la pared del molino, eran rosas blancas. Llegaron una vez ocho o diez chicas jóvenes, de mi edad y mayorcillas, le piden rosas a mi padre y les dijo que se podían llevar todas las que quisieran pero que a cambio le tenían que dar un beso a mi Antonio, a mí. Las chicas estaban muertas de vergüenza pero es que yo tenía más todavía, me puse al rojo vivo, se fueron acercando una a una y me iban dando un beso. Una de las que iba era una prima hermana mía, hija de mi tío Eduardo, que decía que por un puñado de rosas ella no le daba un beso a nadie. ¡Pues te vas a ir sin rosas! le dijo mi padre, y se fue sin rosas aquel día. Todas me dieron un beso menos ella.”

¿Qué fue de aquello cuando os fuisteis?

“Allí se quedó todo, luego te enteras que el uno se llevó una cosa, el otro otra y aquello fue desapareciendo, los arreos, las romanas…”

“Si hubiera habido más unión de la que hubo entonces no se hubiera dejado perder Benínar, ¡Si lo quitan de allí pues que lo pongan en otro sitio con el mismo nombre!”

Eso mismo ocurrió en Canales (Güejar Sierra, Granada). Al terminar nuestro pantano comenzaron este e hicieron por encima del pantano casas y una iglesia para todos los que quisieron, algunos viven allí y la mayoría va los fines de semana y festivos.

Saludos Benínar.

Si quieres contar tu historia, puede escribirme a indaloxes@gmail.com y nos ponemos en contacto.




© Francisco Félix Maldonado Calvache.

viernes, 16 de marzo de 2018

El trono de Facundo

Merece la pena dedicar un poco de nuestro tiempo para recordar historias o anécdotas que palien la epidemia de Alzheirmer que azota a nuestros paisanos. Recordar es bueno, se ejercita la memoria y dejamos constancia para que futuras generaciones conozcan cómo fue la vida en ese pueblo tan querido que fue Benínar. Desde aquí os animo a recordar y si alguien desea hacerlo siempre estoy dispuesto a escuchar y a escribir lo que queráis contar.
Hoy el artículo versa sobre la casa Facundo Sánchez Quero. Lugar en el que mi familia veraneó durante cuatro años, el primero en 1971 y del que conservo algunos recuerdos a pesar de tener en esa época cuatro años.

Facundo Sánchez Quero

Todos conocemos a Facundo, algunos lo tratasteis, los demás de oídas. Hablo del que fue secretario del ayuntamiento de Benínar durante muchos años, quizás más de los que él querría. El 15 de marzo de 1903 es nombrado de forma interina, idas y venidas en el cargo tuvo según el alcalde de turno hasta que después de la Guerra Civil marchó a ocupar la plaza de secretario del ayuntamiento de Huetor Vega (Granada). Tuvo tres hijas (Loreto, Eugenia y Francisca) y un hijo (Facundo que casó con Lola Sánchez)... (Quien quiera saber más sobre su vida puede consultar la biografía en la revista Farua, número 15 del año 2012).

La casa quiso ser señorial, situada en lugar estratégico, al lado de la carretera, a la entrada del pueblo y por encima de las demás. Dos grandes palmeras la custodiaban y unos peldaños la elevaban de la calle, todavía es referente en cualquier foto de Benínar.
Al morir su dueño la dividió en dos partes, la planta de abajo la heredó Francisca y la de arriba para el hijo Facundo.
Al entrar en el recinto, había que subir unos escalones que daban acceso al rellano, allí te encontrabas dos puertas a ambos lados y una escalera al frente que subía a la planta de arriba. Por la puerta de la izquierda se entraba al salón, un par de habitaciones y la cocina al fondo. Recuerdo que había una habitación a la derecha de la cocina con grandes bidones para guardar el aceite que se utilizó en aquella casa. La puerta de la derecha daba acceso a varias habitaciones, una de ellas dedicada a dormitorio, las otras no les dábamos uso.

Juan Román y Ángeles eran los medianeros de Facundo, sucedieron en este trabajo a Pepe Román e Isabel Vitoria. La casa del portalillo era la de los medianeros, le tocó en herencia a la hija Eugenia, Ángeles y Juan tuvieron que comprarla para poder seguir viviendo en ella.
A comienzos de la década de los 70 mis padres la alquilaron, al principio para pasar el mes de agosto por el que pagó 500 pesetas y al final todo el año por 6000. Durante cuatro años pasamos ahí nuestras vacaciones. Aún recuerdo el cuadro con la imponente imagen de José, el hermano arcediano de la catedral de Granada que presidia el salón (aquel al que las beatas esperaban su llegada con sumo fervor para hacer cola delante del confesionario y expiar los pecados que aquellas bocas cometían), del sillón de madera tallada con asiento de cuero, de la hermosa mesa del salón y del tresillo, lujos que no eran habituales en la mayoría de las casas.


José Sánchez Quero

Al día siguiente de estar ahí mis intestinos pedían a gritos la evacuación de su contenido. Mi padre me dijo que lo acompañara, por unas escalerillas descendimos hasta debajo de la entrada, accedimos a un recinto que estaba lleno de telarañas, de innumerables y olvidados aperos de labranza. Por allí pasaba la acequia Real o de la Vega, en mi imaginación salían monstruos por todas partes. El primer sentimiento que tuve fue de miedo, después algo que vi despertó mi curiosidad. Al fondo, a la derecha un haz de luz ascendía del suelo y se reflejaba en el techo de cañas, ondas luminosas lo recorrían en un círculo perfecto con un movimiento hipnótico. Era como un faro que indicaba la situación del retrete.

Hecho de obra y con una tabla de madera de roble, con un agujero en el centro que protegía al real trasero del helor del cemento y que estaba situado estratégicamente encima de la acequia. Era el trono de Facundo.
Aquel lugar era ingenioso, limpio, incluso te podías lavar las posaderas, si había buen caudal, mientras la corriente alejaba como barquitos los restos digeridos del banquete anterior. ¡Y luego dicen los japoneses que han inventado un retrete con chorrito de agua que te lava las posaderas, eso ya lo inventamos los benineros hace 100 años!
Ahora me pregunto ¿Cuántos pensamientos, comentarios y apretones se habrían susurrado en aquel lugar? ¿Se rigió el destino de Benínar en aquel trono?


Las palmeras identifican el lugar donde estaba la casa


Aquella casa guardaba un secreto muy singular, al estallar la Guerra Civil Facundo tuvo que salir por piernas del pueblo, como miembro de Falange su vida peligraba. El día antes de marchar en su despacho hizo un agujero en la pared, guardó joyas y una bolsa de monedas de plata, con yeso la tapió y blanqueó. Pocos días después la casa fue ocupada por el “comité”, tuvieron un tesoro delante de sus narices durante tres años sin darse cuenta. Al regresar recuperó sus pertenencias y allí quedó la oquedad como testigo mudo del hecho. Esta historia se la contó Juan Román a mi padre hace 47 años.

Saludos.

viernes, 9 de febrero de 2018

La señorita Salud (Benínar 1915-1950)


María Salud Zabala Catena


Hoy hace 103 años nacía en Benínar una de sus hijas más queridas, una persona que dedicó su corta vida a la educación de las mujeres de su pueblo y a la que quiero homenajear con esta breve biografía. Hay un proverbio que dice “nadie es profeta en su tierra”,  María Salud al igual que Eugenio Sánchez Quero sí lo fueron.

La señorita Salud vio por primera vez la luz el 10 de febrero de 1915 en Benínar. Desde un principio destacó en los estudios. Su maestra Rosa Martín vio que tenía potencial y convenció a su padre para que estudiara magisterio en la Escuela Normal de Almería.


Terminó los estudios en 1934 con la calificación de sobresaliente. El 25 de enero de 1935 le dan la plaza de maestra interina en Benitagla (Almería). Destacaba por ser una mujer culta y muy religiosa.







Al comenzar la Guerra Civil quiere estar cerca de su pueblo y en 1937 consigue la plaza de maestra cursillista en la escuela mixta de Hirmes, por lo que fueron los hirmeros los primeros en apreciar el amor con la que esta mujer trataba a los niños.

Eran tiempos difíciles y la vida no fue fácil en Benínar. Unos huían de otros por su ideología. Los que se fueron dejaron allí sus pertenencias que fueron saqueadas por aquellos que componían “el comité”. Al acabar la contienda los huidos volvieron con mucho odio por el daño sufrido. Muchos padres e hijos sufrieron las consecuencias de este sinsentido. El miedo dominó Benínar muchos años.

En aquella época Benínar tenía tres escuelas, dos en el pueblo (una de niños y otra de niñas) y otra en Hirmes que era mixta (esta escuela estaba situada donde mi familia tiene la casa), así que niños y niñas compartían juegos y sabiduría.

Al terminar la guerra vuelve a Benitagla donde además ostenta el cargo de delegada local de la Sección Femenina. En 1944 es maestra en Benínar. En 1950 es delegada local de la Sección Femenina de la Junta Local de Instrucción Primaria de Benínar.

El 30 de julio de 1950, a los 35 años de edad fallecía en su casa. 







En su epitafio debería poner: “Fue querida y amada por todos por la bondad de su corazón que le hacía tan cariñosa para los suyos y afectuosa para cuantos la trataron”.