domingo, 22 de abril de 2018

Memorias de Benínar. Entrevista a Antonio Campoy Roda


Buenos días Benínar.

Hoy quiero llevar este blog a una nueva dimensión con la publicación de varias entrevistas que hice a ilustres benineros en un proyecto que en su día denominé “Memorias de Benínar” y que en un futuro no muy lejano acabará en papel, para así ilustrar a las generaciones venideras de cómo era nuestro pueblo contado por nuestros mayores.



Esta entrevista se fraguó el seis de noviembre de dos mil dieciséis. Ese día la Asociación Plaza de Benínar organizaba un año más su asamblea general. Había que rendir cuentas a los socios y celebrar elecciones para renovar los cargos de la dirección.


Habíamos quedado a las doce de la mañana en la puerta del ayuntamiento de Berja, nos habían cedido el salón de plenos para la reunión. Hacía un día radiante, soleado, los virgitanos tomaban el sol en los bancos de la plaza y un gitano con unas canastas de mimbre sobre su espalda iba de banco en banco tratando de venderlas.

Al llegar vi alguien al lado de Paco Ramón, nos saludamos con una interrogación en la mirada, me dije “me suena esta cara… ¿Pero quién es?”. La respuesta llegó más tarde, después de la asamblea.

Es costumbre que después de dicho evento los socios nos tomemos una cerveza antes de irnos, esa vez fue en el bar que hay en la Estación de Autobuses de Berja. Al llegar, nos sentamos por casualidad uno al lado del otro.

Mi interés por aquella persona hizo que le preguntara “¿Usted es de Benínar?”

“Claro, me llamo Antonio Campoy y viví en el molino de la Carigüela”, respondió.

Paco Ramón apuntilló “es Antonio Perejil”. En ese momento eché mano de la grabadora digital que llevo siempre para grabar las reuniones de la Asociación y le pregunté “¿Antonio, te importa si te entrevisto?”.

“Pues venga”, contestó.

Llevo muchos años investigando la historia de nuestro pueblo y en especial la de su industria (que era en exclusiva familiar, a excepción de las minas). El molino de la Carihuela (o Carigüela) fue construido en 1837 por Antonio Quevedo, rico hacendado, vecino de Turón y estuvo en servicio durante 140 años. Por fin conocía a alguien que vivió en ese lugar y podía contarme cosas de allí, no iba a desaprovechar la ocasión…

¿En qué año naciste? Le pregunté.

“Nací el 25 de noviembre de 1939, en el molino de la Carigüela que estaba en los Majalones. Mis padres se llamaban Andrés Campoy Maldonado y Dolores Roda Maldonado, si en vez de ser el primer apellido fuera el segundo sería Maldonado Maldonado”.







Debo reconocer que en ese momento me quedé incrédulo, mucho es el tiempo que he dedicado a investigar la historia y origen de los molinos de Benínar y allí, delante de mí tenía historia viva de un molino.

“Pero bueno, yo estoy hablando contigo y no sé de qué familia eres… ¿Tú remaneces de Benínar también?” Me pregunta.

“Yo soy de la familia del Ebanista”… en ese momento cambió su cara adquiriendo confianza y tranquilidad, ya me había situado dentro del organigrama beninero. 

“Antonio, ¿Cómo era ese molino?”

“El molino era de mi padre que lo heredó del suyo, también las tierras que había alrededor.
Tenía una piedra de moler, el agua la cogía de la Acequia de la Vega que cogía el agua de la parte alta, cerca de Darrícal, era el molino que más agua tenía siempre, en verano subía la gente a llenar agua allí para llevársela para la casa, los animales…

Se vivía a gusto en el molino, si aquello existiera yo estaría por allí. En la puerta había naranjos, limones, limas, olivos, en los alrededores de parra y bancales para arriba, en verano daba gusto estar allí. En verano salía el agua por la puerta del molino, la acequia para abajo… yo llegaba cansado de la vega, en la puerta había un par de trancos, me sentaba allí y me quedaba frito.

El molino miraba de cara al sol, pero allí no entraba porque aparte del chambao de la portada, teníamos un emparrillao de parras hasta la salida del agua de uva blanca clarilla y molinera. De pequeño me bañaba en la acequia, me tiraba por arriba y salía por lo hondo, en el cubo del molino no me fiaba porque tenía una profundidad grande, era peligroso, hacia falta de que mi padre lo supiera de que había gente arriba bañándose porque si no a lo mejor venía poca agua y se la chupara, y sin darte cuenta estabas dentro del pozo aquel y te ibas metiendo para abajo, y no te enterabas y cuando querías echabas mano y no podías agarrarte. Sabiéndolo ellos no había problema, te bañabas tan a gusto.”

¿Cómo era el molino por dentro?

 “Tenía dos plantas, una nave al entrar con una chimenea, de las antiguas donde en invierno nos calentábamos todos y nada más subir unas escaleras estaba el molino y arriba había otras que subía a la planta de arriba que era donde teníamos la vivienda. El molino tenía un cubo que se llenaba con el agua de la acequia, con una compuerta que se abría desde dentro, tenía una llave que abría la compuerta y salía el agua con fuerza a parar a las aspas que llevaba el rodezno, aquello giraba y era lo que hacía moler.”







¿Qué se molía?

“Se molía trigo, cebada y maíz… pero no habas, para estas tenía que estar el molino preparado, es más gorda y no entraba. La piedra que había tenía unas picauras y aparte de estas llevaba una estría que por allí iba entrando el grano. La piedra cada cierto tiempo había que picarla, lo hacíamos nosotros mismos, hasta hace poco tiempo tenía en el dedo un trozo de metralla de una vez que piqué, saltó y se metió en la mano. Se le daba la vuelta y se hacía con una piqueta que acababa en fino se iba haciendo la figura. La piedra de abajo era plana. Se empezaba a picar del centro hacia la orilla, dejando uno sí y otro no, si tienes una hoja te hago un dibujo.”

“En el centro de la piedra había un vacio, aquí iba el eje que la hacía moler, esto era el agarre de la piedra, el eje bajaba para abajo donde estaban las turbinas con las aspas que la hacían moler…” Nos interrumpe el camarero preguntando que queríamos beber en la segunda ronda y la tapa.

A los pocos minutos Antonio continua, “cada golpe que se daba con la piqueta se hacía un pequeño hoyo, va de mayor a menor y en la siguiente hilera se picaba debajo de los hoyos de la anterior, de forma que la piedra no quedaba lisa. Se picaba según se molía, a más molienda más desgaste”.

¿Qué se cobraba por moler?

“Se llamaba la maquila, variaba según la cantidad, si era un costal tocaba más o menos un celemín. Si era grano fino se enrasaba con un palo redondo, si era grano gordo no se enrasaba el celemín ya que ocupaba más huecos el grano.” 







¿Iba gente de todos sitios a moler?

“Los del pueblo, también de Turón teníamos muchos clientes”

¿Cuándo dejó de moler?

“A poco de marcharme yo porque mis hermanos se fueron yendo. Éramos cinco hermanos, primero se fue Ángel, después mi hermana, Manuel… sobre el uno se iba el otro. Yo me fui en el 74, primero a Alemania donde estuve siete años y pico, entonces nos vinimos a Cataluña, no estaba la cosa muy bien, empecé a trabajar en las minas de Suria, que estaba un tío de mi mujer allí y estaba yo ya aburrido, donde sea me engancho. En la mina me dieron todas las categorías porque empecé de ayudante y terminé con la categoría de minero, me dieron un tractor con pala, alemana, con la que limpiaba las galerías, salía de culo e iba a los vaciaeros donde por debajo iban unas galerías con raíles y vagones, las cargaba.

Aquel pozo tenía unos 800 metros de profundidad, había dos ascensores que subían las personas y los vagones de mineral para vaciarlas. Allí estuve trabajando un año y pico nada más, cuando encontré otra cosa me marché.”

Volviendo al molino Antonio, ¿Cómo fue la época de la posguerra, que me puedes contar de la fiscalía?

“La fiscalía de tasas como la llamaban venían con un jeep y había quien avisaba corriendo antes de que llegaran al pueblo, primero entraban a los molinos que estaban en el río, a las almazaras… a veces como te pillaran… si tenías declarados 50 kilos de trigo y te pillaban 60, te los quitaban y encima te venía la multa. Muchos de Berja han cogido y han ido a caso hecho a avisarle a mi padre a decirle a qué hora pasaba la fiscalía y el mismo que nos avisaba nos ayudaba a sacar el material que teníamos de más a esconderlo en la vega hasta que se iban. Cuando menos te lo esperabas se presentaban, y anda que el jeep… ya lo conocían, apenas asomaba por el Collao…  aquello subía una montaña y no se enteraba… aquellos tiempos mejor que no vuelvan.

“También se pagaban los arbitrios, el cobrador del ayuntamiento era el alguacil, uno que llamaban “el Moñico”, llevaba una trompetilla. Recuerdo una vez que la tocó y dijo: por orden del señor alcalde, que se presenten hombres chicos y grandes en casa de Frasquito Díaz…”

¿Os robaron alguna vez?

“No, entonces dormíamos allí con la puerta abierta. La Guardia Civil iba todas las semanas, eran buenas personas, llenaban las alforjas y se iban llenos de naranjas y de todo lo que había allí, claro, los pobres se portaban bien. Dormían en la portada, donde teníamos las bestias, se liaban en los aparejos de las burras nuestras, se enroscaban y allí dormían.

“Aquello era el refugio de todos los que tenían un bancal en los alrededores, lo mismo de noche que de día, la puerta siempre estaba abierta, teníamos las cantareras llenas de agua de la Cañaroa, entonces los vecinos, Juan Sánchez… iban allí, bebían, se sentaban en el portal, se tendían al fresquito y de noche cuando iban a regar pasaban la noche, abrían la pará de agua porque se regaba a manto y ellos se iban allí a fumar el cigarrillo y pasar el rato, cuando el agua llegaba al final de la merga la cortaban y a otra.” 





¿Recuerdas alguna anécdota graciosa que te ocurriera en el molino en el molino?

Teníamos un rosal en la entrada que salía el tronco entre la salida del agua y la puerta, pillaba toda la pared del molino, eran rosas blancas. Llegaron una vez ocho o diez chicas jóvenes, de mi edad y mayorcillas, le piden rosas a mi padre y les dijo que se podían llevar todas las que quisieran pero que a cambio le tenían que dar un beso a mi Antonio, a mí. Las chicas estaban muertas de vergüenza pero es que yo tenía más todavía, me puse al rojo vivo, se fueron acercando una a una y me iban dando un beso. Una de las que iba era una prima hermana mía, hija de mi tío Eduardo, que decía que por un puñado de rosas ella no le daba un beso a nadie. ¡Pues te vas a ir sin rosas! le dijo mi padre, y se fue sin rosas aquel día. Todas me dieron un beso menos ella.”

¿Qué fue de aquello cuando os fuisteis?

“Allí se quedó todo, luego te enteras que el uno se llevó una cosa, el otro otra y aquello fue desapareciendo, los arreos, las romanas…”

“Si hubiera habido más unión de la que hubo entonces no se hubiera dejado perder Benínar, ¡Si lo quitan de allí pues que lo pongan en otro sitio con el mismo nombre!”

Eso mismo ocurrió en Canales (Güejar Sierra, Granada). Al terminar nuestro pantano comenzaron este e hicieron por encima del pantano casas y una iglesia para todos los que quisieron, algunos viven allí y la mayoría va los fines de semana y festivos.

Saludos Benínar.

Si quieres contar tu historia, puede escribirme a indaloxes@gmail.com y nos ponemos en contacto.




© Francisco Félix Maldonado Calvache.

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