jueves, 30 de mayo de 2019

Benínar y la epidemia de cólera de 1885

Que te hablen de la sanidad en España, por desgracia, es un no parar de reproches. Cada vez se hace más raro que se alabe la actuación de un sanitario que trabaje en el sector público. A diario oigo quejas por las listas de espera, porque el médico no nos receta lo que queremos, de lo que se tarda en los servicios de urgencias, de lo que hay que pagar por los medicamentos, de la comida de los hospitales, de lo malas o malos que son las enfermeras/os… en resumidas cuentas, de todo y por todo. Pero pocos se acuerdan que gracias a nuestros impuestos la sanidad es gratuita, universal y una de las mejores, que somos la envidia del resto del mundo. Cierto es que todo es mejorable, sólo lo valoramos y nos damos cuenta de lo que tenemos cuando salimos al extranjero, necesitamos atención sanitaria y lo primero que nos piden es la tarjeta de crédito.

Hace unos días, estando en mi lugar de trabajo me llegó una paciente muy enfadada. Venía del servido de urgencias del PTS (Hospital del Parque Tecnológico de la Salud en Granada) para que la trataran de lo que era una simple alergia primaveral (congestión nasal, estornudos, ojos irritados y llorosos...) y había estado tres horas esperando. Le habían prescrito una loratadina por la que tenía que pagar la asombrosa cantidad de 21 céntimos. Sus quejas continuaron ahora hacia el sector farmacéutico, de los millones que “ganamos” y para colmo le dábamos un genérico (palabra demonizada, ampliamente usada y difundida hoy en día por todos los usuarios de las farmacias).

Resulta paradójico que cuando nos gastamos 150 euros en la consulta de un médico privado y 30 euros por los medicamentos que nos ha mandado, lo alabamos y sacamos pecho pero cuando vamos a “la pública” y hay que pagar 21 céntimos por la medicación todo son quejas.

También los hay que se meten en Google y se empollan el prospecto del medicamento, profanos convirtiéndose en eruditos del Tramadol/Paracetamol (Zaldiar). Tanto me asombra su sapiencia que les digo ¿Quieres que te de mi bata?

Pero bueno, ¿Y esto a qué viene? Pues a lo poco que se quejaban nuestros antepasados  cuando sus vidas pendían de un hilo a causa de las epidemias y con una sanidad pública inexistente.
Por suerte hoy en día en España sólo sufrimos una epidemia, la de la gripe (y hay vacuna que refuerza nuestras defensas) pero antaño eran muchas y variadas las que nos llevaban de retiro forzoso a nuestro cementerio.

El pasado año os presenté un artículo por el centenario de la gripe, ahora os hablaré del cólera.

El cólera es una enfermedad causada por una bacteria llamada Vibrio cholerae, se transmite por alimentos infectados o por el agua, produciendo vómitos, diarreas y en casos graves, la muerte.






En agosto de 1885, 29 años después de ser descubierta, la bacteria llegó a Benínar. La gente empezó a enfermar y las malas lenguas le echaban la culpa a los de Darrícal ya que tiraban los animales muertos al río “para propagar enfermedades”, costumbre que por aquel entonces también se hacía en Benínar, pero claro, allí no subían los de Adra a pedir cuentas.

Por aquella época el médico que teníamos en Benínar era don Ricardo Magaña (alpujarreño natural de Busquístar). Si Benínar existiera tendría una calle con su nombre, estuvo más de tres décadas cuidando y salvando las vidas de nuestros antepasados. Le debemos muchísimo ya que desde que el ayuntamiento creara la plaza de médico cirujano en 1853 hasta su llegada pasaron 30 años sin que ningún médico quisiera establecerse en Benínar. En aquel tiempo se pagaba por sus servicios, en dinero o en especias (una gallina, un conejo, unos huevos…), el ayuntamiento aportaba como sueldo 750 pesetas anuales fraccionadas en trimestres, cantidad ridícula comparada con los pueblos o ciudades grandes que llegaba a ser hasta cinco veces mayor.

Don Ricardo era buen médico, recomendaba hervir el agua del río antes de beberla. Pero claro ¿Dónde estaba la leña para hervirla? Benínar había sido víctima de su propia revolución industrial, se había arrancado del monte todo aquello que pudiera arder para fundir el plomo, convertirlo en lingotes y llevarlo a Adra. Lo único que quedaba era alguna matablanca, el esparto de los terrenos comunales y lo que sobraba de la poda de árboles, lo suficiente para cocinar pero no para hervir agua a diario.


Montes de Benínar en 1968. Imaginad a finales del XIX. Fotografía de Pedro Medina.


Esta historia comenzó el 10 de agosto de 1885, Francisco Rodríguez llegó corriendo a la casa del médico para decirle que su hija Paquita, de dos años de edad tenía vómitos y fuertes diarreas. Su madre le cambiaba los pañales y los lavaba en el río o la acequia si llevaba agua, la pobre ignorante sin saberlo estaba ayudando a la expansión de la enfermedad. Por los datos que tengo la mayor parte de fallecimientos se produjeron en el barrio Hondillo, lo que quiere decir que muchos se contagiaron por beber el agua que pasaba por la acequia del Lugar.

Según los datos recogidos en bibliografía de la época en Benínar enfermaron 47 personas y fallecieron 20, casi la mitad de los enfermos murieron.

Según mis investigaciones y basándome en el libro de defunciones de Benínar de ese año, fueron 29 los fallecidos y seguramente más de 47 los enfermos. En 20 días Benínar perdió el 2.5% de su población. 

Como nota curiosa decir que en Hirmes no hubo ningún fallecido, allí el agua es de la fuente y el lavadero va por detrás por lo que no hubo ningún infectado.


Fuente de Hirmes. Fotografía procedente de mi archivo personal.



Lavadero de Hirmes. Fotografía procedente de mi archivo personal.


En la actualidad la palabra cólera la oímos sólo en los países del tercer mundo, lejanos, con una sanidad subdesarrollada, hemos olvidado que durante el siglo XIX varias fueron las epidemias de cólera sufridas en España y cientos de miles los que fallecieron por su causa.

Esta fue la de 1885, de las anteriores no dispongo de datos.


In memoriam a los benineros fallecidos aquel mes de agosto de 1885:

01. Francisca Rodríguez Sánchez, de dos años de edad, vivía en la Plaza.

02. Antonio León Sánchez Sánchez, de 61 años, vivía en el barrio Hondillo.

03. María de la Gloria Cuenca Zamora, de tres años, vivía en la Placeta.

04. Antonio Sánchez Sánchez, de 66 años, vivía en la calle Iglesia.

05. Juan Ruiz Serrano, de 60 años, vivía en la Ramblilla.

06. María Josefa Prados Vargas, de tres meses, vivía en la Rambla.

07. Francisco Sánchez Pérez, de 27 años, vivía en el barrio Hondillo.

08. María Dolores Victoria Gutiérrez, de 62 años, vivía en la Plaza.

09. Rosa López Vargas, de 13 meses, vivía en la calle Real.

10. Esmerila Cuenca Zamora, de 4 años, vivía en la Plaza.

11. Antonia Cantón González, de 62 años, vivía en la Vegueta.

12. Pedro Rincón Moreno, de 45 años, vivía en el barrio Hondillo.

13. María Sánchez Rincón, de tres años, vivía en el barrio Hondillo.

14. Rosario Fernández Sánchez, de 65 años, vivía en la calle Real.

15. Manuel Sánchez Victoria, de tres años, vivía en el barrio Hondillo.

16. Manuel Fernández Martín, de 34 años, vivía en el barrio Hondillo.

17. Francisco Fernández Maldonado, de 60 años, vivía en el barrio Hondillo.

18. Nicolasa Sánchez Campoy, de 65 años, vivía en el barrio Hondillo.

19. Francisco García Cantón, de 6 meses, vivía en la calle Real.

20. Joaquín López Prados, de tres años, vivía en la calle Real.

21. Juan Herrera Sánchez, de tres años, vivía en la calle Real.

22. Juan Sánchez Martín, de 78 años, vivía en la calle Iglesia.

23. María Vargas Rivera, de 40 años, vivía en la calle Ancha.

24. Dolores Sánchez Rincón, de 6 años, vivía en la calle Ancha.

25. María Rosalía Sánchez Rincón, de 10 meses, vivía en la calle Ancha.

26. Francisco Ruiz López, de 8 años, vivía en el Río.

27. María Dolores Escobosa Sánchez, de dos años, vivía en la Placeta.

28. Venilia Triviño Jiménez, de 50 años, vivía en la Placeta.

29. Filomena Sánchez López, de dos años, vivía en el barrio Hondillo.


Saludos Benínar.

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