Si observamos la Tierra desde el espacio sólo vemos belleza, si miramos al Universo nos empequeñecemos ante su enormidad y si nos miramos el ombligo, nos emborrachamos de vanidad.
Los humanos hemos pisado la Luna, mandado naves a los confines del Sistema Solar, construido máquinas impresionantes. Nuestro conocimiento y saber ya no caben en una enciclopedia como antaño, ahora dominamos nuestro mundo, ¿o no?
El Universo
Ahora todos sabemos lo que es un virus y si se llama Coronavirus nos volvemos eruditos, lo que pocos saben es que los virus estaban en “nuestra” tierra antes de la existencia del hombre y de los dinosaurios, y que nos han usado a su antojo durante millones de años.
Lo que está pasando ahora ya sucedió antes, las pandemias vienen y van, las bacterias y virus siempre estarán ahí, esperando su momento. Primero provocan miseria humana y después económica.
“Yo soy uno de esos miles de afortunados que tenemos que ir trabajar (tómese las comillas como a usted le parezca), así que no sé lo que es estar encerrado en casa”, esto le respondía a un cliente el otro día ante sus quejas de tantos días de confinamiento y me dio la idea para escribir este artículo.
Mi jornada comienza a las siete de la mañana, el odioso despertador ya no toca porque hace diez minutos que lo he apagado sin haber emitido su sonoro pitido. Ducha, desayuno, noticias. Al salir a la calle siento que todo ha cambiado, puedo respirar oxígeno a pleno pulmón, no hay movimiento de niños ni padres sólo de perros que llevan a la deriva a sus amos. Al salir de la cochera vuelvo a notar que todo ha cambiado, no hay tráfico, sólo siento el paso de algún coche que en vez de ir a la velocidad de la vía, la triplica como mínimo.
Ahora en quince minutos llego a mi lugar de trabajo, en las rotondas sólo al viento hay que ceder el paso, sin apenas pisar el freno encuentro aparcamiento en la puerta de la farmacia donde trabajo.
A las nueve y media abro el negocio, siempre digo que de ser llamados pacientes en un establecimiento sanitario, como son las consultas médicas, pasan a ser clientes de otro que es la farmacia. “Aquí repartimos salud” les digo a mis feligreses que se congregaban delante del mostrador.
Todo ha cambiado, ahora pasan de uno en uno, les tengo que mirar a los ojos para reconocerlos ya que las vías respiratorias van cubiertas por una mascarilla (que en demasiadas ocasiones se parecen más a un bozal) y las manos van embutidas en unos guantes que sólo acumulan mierda. En el suelo hay pintada una línea y varios carteles situados de forma estratégica avisan “no traspase la línea del suelo” que debí escribirlos en chino ya que pocos son los que entienden este lenguaje y cumplen lo leído.
Antigua farmacia de Jerez de la Frontera
En toda farmacia hay clientes especiales. Primero están los amigos, aquellos que llegaban y te daban un apretón de manos soltando la frase “aquí un amigo, de clase pobre, pero amigo”. De ellos conozco sus historiales médicos mejor que nadie y con ellos practico lo más bonito para mí en esta profesión, la atención farmacéutica. Ahora los saludo a lo lejos, a dos metros de distancia como mínimo. Se echa de menos la cháchara que mantenía a diario con Eduardo, Pepe, Miguel, Juan, Enrique, Fernando… porque están encerrados protegidos del virus, ahora les mando recuerdos cuando los hijos van por su medicación.
Luego están los clientes que ni fu ni fa, aquellos que llegan, piden, les das, respondes a las mil y una preguntas que te hacen y se van. Todo robotizado.
Por último, he querido dejar a los especiales, pocos en cantidad pero con gran calidad de anécdotas. Unos que te hacen llorar de risa y otros, los tocapelotas, dos o tres a lo sumo, que hacen aumentar mi nivel de adrenalina y que salga esa vena “granaína malafollá”, con solera, bien aprendida y curtida por el paso de los años en esta ciudad, la de la Alhambra.
Nunca me he encontrado cara a cara con la muerte pero la he olido al pasar para llevarse el alma de algún ser querido, de algún amigo.
Espero y deseo que estéis todos bien.
Cuidaos.
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